Timisoara, hace 35 años
35 años después de la revolución anticomunista rumana
Bogdan Matei, 16.12.2024, 10:52
Instalada al final de la Segunda Guerra Mundial por las tropas de ocupación soviéticas, la dictadura comunista de Bucarest parecía inquebrantable. En noviembre de 1989, el congreso del partido único reeligió por unanimidad a Nicolae Ceaușescu como secretario general, cargo que había ocupado durante casi un cuarto de siglo.
El hecho de que ya fuera septuagenario no le impidió lanzar planes para el llamado desarrollo socialista de Rumanía hasta el año 2000. La ambición de saldar las deudas externas que había contraído antes de plazo solo la pagaron los rumanos de a pie. Casi todo lo que se producía se exportaba. En el país, los alimentos se agotaban, los bloques de pisos carecían de calefacción y la electricidad podía cortarse inesperadamente en cualquier momento.
Además del hambre y el frío, había miedo. La policía política del régimen, la Securitate, había cultivado el mito de la omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia de sus agentes, de modo que la mayoría de la gente temía protestar. En un delirio continuo, el aparato de propaganda del régimen (televisión, radio, periódicos) pintaba una realidad paralela: Ceaușescu era un genio, su esposa Elena (semianalfabeta de facto) era una científica de fama mundial y una madre cariñosa con todo su pueblo, y los rumanos vivían en el mejor de los mundos.
En los países vecinos de Rumanía, alentados por la política del último dirigente soviético, el reformista Mijaíl Gorbachov, gigantescas protestas callejeras derrocaron las dictaduras comunistas. Varsovia, Praga, Berlín Este, Budapest y Sofía ya vivían la libertad tras casi medio siglo de tiranía.
Dicen los historiadores que no fue casualidad que la chispa de la Revolución rumana prendiera en Timisoara, la mayor ciudad del oeste del país, cosmopolita y multiétnica, donde se recibía con facilidad la televisión de Hungría y la antigua Yugoslavia.
La solidaridad de algunos feligreses el 16 de diciembre de 1989 con el pastor protestante Laszlo Tokes, de etnia húngara, a quien la Securitate quería deportar de Timisoara, fue la bola de nieve que se convirtió en avalancha. Cada vez más personas se reunieron en torno a la casa parroquial y acabaron protestando abiertamente por las calles de la ciudad. El aparato represivo reaccionó inmediatamente y abrió fuego. Murieron personas desarmadas hasta el 20 de diciembre, cuando el ejército confraternizó con los manifestantes y se retiró a los cuarteles.
Ese día, Timisoara se convirtió en la primera ciudad de Rumanía libre del comunismo. La revolución se extendió rápidamente por todo el país y culminó en Bucarest el 22 de diciembre, cuando Ceausescu huyó en helicóptero de la sede del comité central del partido único, asediado por cientos de miles de manifestantes. Capturado y juzgado sumariamente por un tribunal improvisado, el matrimonio Ceausescu fue ejecutado el 25 de diciembre.
Más de mil personas murieron en la revolución. Rumania fue el único país del antiguo Telón de Acero en el que la liberación del comunismo se consiguió con derramamiento de sangre.
Versión en español: Antonio Madrid