La condición del trabajador en la Rumanía de entreguerras
El Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana tiene entrevistas con testigos del periodo de entreguerras, el mejor periodo de desarrollo económico de la historia de Rumanía, sobre las condiciones de trabajo de los obreros.
Steliu Lambru, 22.01.2024, 12:33
Quien lee la historia de los trabajadores rumanos generalmente se entera de que esta clase social siempre ha sido perseguida y lo ha pasado mal. La prensa de la época, los políticos, los documentos escritos, las fotos y los vídeos describen unas condiciones de vida difíciles, con casos extremos de pobreza. A menudo, el observador tiende a generalizar un caso particular y a descuidar los detalles. Pero la historia oral reconstruye los detalles y contradice las generalizaciones, a menudo groseras, sobre todo la propaganda que el régimen comunista hizo entre 1945 y 1989.
El Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana tiene entrevistas con testigos del periodo de entreguerras, el mejor periodo de desarrollo económico de la historia de Rumanía, sobre las condiciones de trabajo de los obreros. Antes de 1945, año del régimen comunista, Manole Filitti era director de la fábrica de aceite Phoenix. En 1996, recordó las condiciones que disfrutaban los trabajadores de la empresa que dirigía. Además de los derechos salariales, los empresarios ofrecían instalaciones como vestuarios, duchas, equipos de protección y comedores.
«Los domingos por la mañana, sacrificaba dos o tres horas e iba a casa de tres o cuatro trabajadores. El personal me daba los nombres de los trabajadores que tenían dificultades, por ejemplo, más niños y cosas así, y yo llenaba el coche con diversos alimentos, jabones, detergente, etc. e iba a casa de esas personas. Llamábamos a la puerta, entrábamos y les dejábamos estos regalos. Intercambiábamos unas palabras con ellos, nos contaban las necesidades que tenían, ropa, zapatos para los niños y cosas así, y nosotros, la fábrica, cubríamos sus gastos y ayudábamos a estas personas».
El abogado Ionel Mociornița era hijo del industrial Dumitru Mociornița, uno de los creadores de la industria rumana del cuero y el calzado. En 1997, habló de la atención que su padre prestaba al nivel de vida de sus trabajadores.
«La existencia de sindicatos era más bien formal que efectiva, pero eso no impedía que los jefes, y hablo de mí mismo, no sé cómo era en otros lugares, tuvieran una asistencia social y médica muy buena dentro de la fábrica. Había seguridad social; por cierto, mi padre construyó el edificio de la Caja de la Seguridad Social con su propio dinero, en la plaza Asan, al igual que construyó el instituto Regina Maria, parte del instituto Gheorghe Șincai, el hospital Bucur, así como los campamentos de verano e invierno de muchos institutos. No había contrato colectivo de trabajo, el contrato de trabajo era individual y el trabajador se iba cuando quería o cuando le pillaban en falta. Había dos juzgados en la calle Calomfirescu, donde puedo decir que muy pocos empresarios podían ganar un juicio contra los trabajadores».
La atención prestada al estado de los trabajadores se debía a la legislación, pero también a una razón humanitaria que estaba por encima de las obligaciones legales. Mociornița recuerda el estilo de vida de su padre.
«Su concepción era que todo lo extra debe ser puesto en el desarrollo y mejora de la industria y en la caridad. Llevaba una vida muy sobria, no fumaba, no bebía, no sabía tener cartas en la mano, como yo, no bailaba, como yo, es decir, llevábamos una vida de hombres realmente serios y creativos y, si no hubieran llegado los malos tiempos, estoy convencido de que, al cabo de tres o cuatro generaciones, habríamos tenido en Rumanía fábricas, industrias del tamaño de las del extranjero que tienen siglos de antigüedad y que representan la fuerza y los cimientos de los países avanzados».
Teofil Totezan era zapatero y en 2000 contó cómo aprendió el oficio de un artesano. Fue a la escuela de formación profesional y en 1929 consiguió trabajo en la fábrica Dermata de Cluj, pero aprendió sus habilidades prácticas con un artesano, en casa.
«Estabas en casa del dueño, dando de comer a los cerdos, buscando malas hierbas. El artesano del que aprendí era un chico muy guapo, aprendió su oficio y se casó con la hija de un rico zapatero. Ese tuvo tres hijas, y a cada hija le dio una casa. Y así, mi artesano tenía una casa de su suegro, era un hombre muy bueno. Solía decir: ¡Es mejor que me insultes ahora, no cuando seas mayor!. Y yo decía ¡Dios, líbrame de él! Pero hoy pienso en él por haberme hecho un hombre. Decía que, si me pillaba fumando: ¡Te meto un cigarrillo por la garganta!. Y todos los discípulos le teníamos miedo. Y no volví a fumar en mi vida. En la fábrica había unas condiciones de trabajo maravillosas. Porque un trabajador como yo, en la ciudad, en aquella época, ganaba 600 leus a la semana. Cuando ibas a la fábrica, entrabas directamente con 600 leus, así que ese era tu primer sueldo, cuando entrabas en la fábrica. Yo ganaba 1500 a la semana, y mi amigo, el profesor, ganaba 1800».
Los trabajadores de la Rumanía de entreguerras se beneficiaban de las condiciones laborales de una sociedad en desarrollo. Era una sociedad que tenía mucho que mejorar, pero las sociedades reales, no las utópicas, siempre tienen algo que mejorar.
Versión en español: Antonio Madrid