La Revolución rumana
Diciembre es el mes en que, en 1989, se derrumbó la brutal dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu y la libertad y la democracia volvieron a Rumanía tras casi medio siglo de ausencia.
Steliu Lambru, 18.12.2023, 12:36
Cada año, diciembre, el último mes del año, el mes de la alegría y los regalos, tiene un componente público sensible para los rumanos. Es el mes en que, en 1989, se derrumbó la brutal dictadura comunista de Nicolae Ceaușescu y la libertad y la democracia volvieron a Rumanía tras casi medio siglo de ausencia. Aunque hayan pasado 34 años desde entonces, aunque se hayan abierto paso en el ágora pública opiniones extremadamente diversas sobre los acontecimientos de entonces y la era comunista, las dos últimas semanas de diciembre de 1989 siguen siendo un hito muy poderoso. Durante 10 días, entre el 16 y el 25 de diciembre de 1989, entre el estallido de las protestas en Timișoara y la ejecución del matrimonio Ceaușescu, se desataron con violencia y fuertes emociones las energías negativas de un pueblo sometido a todo tipo de privaciones. Así se escribió la historia de los últimos momentos de un régimen ilegítimo y criminal y la historia de los primeros segundos de la vuelta a la normalidad.
El 16 de diciembre, los manifestantes de Timişoara reunidos frente a la casa del pastor reformado Laszlo Tokes se opusieron a la milicia que pretendía deportarlo. En los días siguientes, las protestas aumentaron y las fuerzas represivas, formadas por el ejército, la milicia y las tropas de seguridad, por orden personal de Ceaușescu, abrieron fuego matando a varios centenares de civiles. El 18 de diciembre, los trabajadores de las empresas de Timişoara inician una huelga general. En el centro de la ciudad, los revolucionarios cortan el escudo comunista de la bandera tricolor y empiezan a cantar «¡Despierta, rumano!», una vieja canción revolucionaria prohibida de 1848, actual himno rumano. Ese mismo 18 de diciembre, tras la liquidación de las manifestaciones de Timișoara, Ceaușescu, confiado en sus hombres y en la obediencia del aparato represivo, se va de visita a Irán. De regreso dos días después, el 20 de diciembre, Ceaușescu aparece en televisión pronunciando un discurso de condena de las acciones de los revolucionarios de Timişoara. Junto con sus camaradas del Comité Ejecutivo Político, decide organizar al día siguiente en Bucarest un mitin en su apoyo, lo que también habría sido un ataque contra los habitantes de Timişoara.
Paul Niculescu-Mizil fue un dignatario comunista y ocupó varios cargos políticos muy importantes, así como el de Ministro de Comercio Interior. Formaba parte del entorno de Ceaușescu y del Comité Ejecutivo Político en diciembre de 1989. Tras la caída de Ceaușescu, fue juzgado y condenado a tres años de cárcel como parte del grupo de antiguos altos cargos comunistas. Entrevistado en 1997 por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, a Niculescu-Mizil se le preguntó sobre la organización del famoso mitin del 21 de diciembre, y quién sugirió a Ceaușescu reunir a tanta gente en momentos de máxima tensión:
«¡En 1989, nadie en el Comité Ejecutivo Político sugirió nada a Ceaușescu! ¿Quién podía sugerírselo? La Securitate (nota de la redacción: la Securitate
fue un órgano de Estado represivo, encargado de defender por cualquier medio el
sistema comunista de Rumanía), el ejército y tal vez uno o dos de sus pequeños lacayos. Por lo demás, él no se dejaba aconsejar por nadie. Le dije a Ceaușescu que lo más negativo de él era que no consultaba a la gente que decía la verdad. Le dije: Camarada Ceaușescu, te rodeas de gente que entra en el despacho, abre la puerta, no dices nada y desde allí, desde junto a la puerta, te dicen que tienes razón. Mejor te rodeas de gente que entra y dice que no tienes razón, porque los que te dicen que tienes razón te apuñalarán por la espalda. Muchas veces he dicho esto textualmente».
Pero, para asombro de Ceauşescu y su esposa, el mitin del 21 de diciembre se convirtió en una manifestación abierta de la hostilidad de los asistentes contra ellos. La gente abucheó al dictador y en la noche del mismo día comenzó la represión de los manifestantes en Bucarest. Al día siguiente, el 22 de diciembre, el ministro de Defensa, el general Vasile Milea, se suicidó en su despacho, lo que selló el destino de Ceaușescu.
Paul Niculescu-Mizil:
«Él creía que el pueblo rumano lo quería, lo viste en el juicio. Y por la mañana, sobre las 7, el primer hombre que despertó a Ceaușescu y le informó fue Milea. El general Milea le dijo que había muertos en la zona del hotel Intercontinental. Y Ceaușescu le preguntó: ¿Por qué, Milea? Quién te dio la orden de que hubiera muertos?. Sé precisamente que, saliendo del despacho de Ceaușescu, Milea fue a un despacho contiguo y telefoneó al Ministerio de las Fuerzas Armadas, a sus hombres, y dijo que era una vergüenza, que Ceaușescu estaba molesto porque había muertos. Estoy en condiciones de decir que la tesis de que Milea se pegó un tiro porque no quería que hubiera muertos no es una tesis real. Al contrario. Milea se pegó un tiro no porque matara a los manifestantes frente al Hotel Intercontinental, sino porque Ceaușescu le culpaba de las muertes que allí se produjeron».
Los días siguientes confirmaron la caída de Ceaușescu. El 22 de diciembre de 1989, grandes multitudes procedentes de las plataformas obreras de Bucarest marcharon hacia el centro de la ciudad, a la sede del Partido Comunista Rumano (PCR). Ceaușescu huyó en helicóptero del edificio, fue capturado, juzgado y ejecutado el 25 de diciembre. El final de la vida de un líder odiado fue también el final de una era.
Versión en español: Antonio Madrid