La lectura como emergencia nacional
Es probable que hayan oído hablar de estadísticas en las que los ciudadanos rumanos están a la cola en las clasificaciones europeas en cuanto a hábitos de lectura.
România Internațional, 11.08.2021, 06:19
Es probable que hayan oído hablar de estadísticas en las que los ciudadanos rumanos están a la cola en las clasificaciones europeas en cuanto a hábitos de lectura. Por mucho que no nos guste esta realidad, lo cierto es que las cosas son así. Algunos dicen que en el fondo se trata manipulación, de una estrategia de antimarketing, que pretende hacernos quedar mal frente a Europa, aunque un estudio del Banco Mundial realizado en marzo de este año muestra que el ciudadano rumano lee, de media, menos de cinco minutos al día y es todo un logro si acaba un libro al año. El 35 % de los rumanos afirma no haber leído nunca un libro, por mucho que todos los estudios especializados señalen los beneficios evidentes de la lectura para un desarrollo equilibrado y reducir el estrés, a escala individual y, respectivamente, para el progreso económico y social, a escala colectiva. El Banco Mundial muestra que las tasas altas de alfabetización se asocian con poblaciones más saludables, una menor tasa de delincuencia y un mayor crecimiento económico.
La relación de los ciudadanos rumanos con los libros comenzó a ir a peor unos diez años después de la Revolución anticomunista de diciembre de 1989 y no se relaciona realmente con la era de Internet. El apetito de las nuevas generaciones por la lectura ha disminuido drásticamente. ¿Quién tiene la culpa y qué debemos hacer, teniendo en cuenta que el ejercicio de la lectura es un esfuerzo intelectual que, tal como se ha demostrado, contribuye al desarrollo de las capacidades cognitivas de los jóvenes? Le he preguntado a Marina Constantinoiu, periodista, experta en este ámbito, colaboradora de la Facultad de Periodismo y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Bucarest, cómo se explica la falta de interés de los jóvenes por los libros:
«Desafortunadamente, la relación de los estudiantes con la lectura en general, la vinculemos o no a la era de Internet, es bastante mala, y no es algo de ayer o de hoy, sino, digamos, de los últimos 25 años, ya que, tal vez, los primeros años siguientes a la Revolución de 1989 fueron algo más generosos con respecto a los hábitos de lectura de los ciudadanos. Internet tiene la culpa, por un lado, aunque, por el otro, no es el principal ni el único responsable. Creo que el primer problema reside en las familias, ya que estas son las que no incitan a los niños a que lean o toleran las pocas ganas que tienen de leer. No sé si fuimos demasiados los que nacimos con estas ganas, aunque esto se fomentó en la familia. En la de algunos de nosotros. Así, creo que esto es lo que tendría que pasar. Creo que se trata de una emergencia nacional, ya que nuestra situación en cuanto a la lectura es muy mala. Esto se ve en la pobreza extrema del vocabulario que usamos para comunicarnos.»
La lectura, como ejercicio diario, construye y consolida las conexiones neuronales a cualquier edad, no solo durante la juventud. Valores como la educación, el culto al libro o el respeto a la institución docente han empezado a perderse. Si no queremos ponernos en riesgo como pueblo, como identidad nacional, sería positivo que declarásemos la lectura emergencia nacional, tal y como ha comentado nuestra interlocutora, Marina Constantinoiu:
«Yo también he sido estudiante y ahora tengo la oportunidad de ver a los estudiantes del departamento y, a veces, conversar con ellos fuera de las clases que imparto. Muy a menudo trato de averiguar qué les apasiona, cuánto leen y si leen. Pero en los últimos años no he sentido esa necesidad de averiguar cuánto leen y si leen, ya que las cosas se han vuelto más obvias de un año a otro. La falta de lectura se ha vuelto demasiado evidente, por desgracia, en el modo en que se expresan y en la forma en la que escriben los proyectos de clase y, sobre todo, en el miedo que a veces he visto en los ojos de algunos de ellos al enfrentarse a un texto más largo, ya que es algo que implicaba mucho aburrimiento. Quedarse quieto unos minutos, leer algo, concentrarse en un texto e intentar entenderlo: bien, esto es algo que asusta a mucha gente.»
Es de vital importancia que la familia, independientemente de la base educativa, cultive el respeto y el interés de los niños por la lectura. Sin conocimientos, sin la experiencia adquirida con la lectura, es como recorrer el camino de la vida con una mochila vacía. Y esto no puede ser bueno, tal y como defiende Marina Constantinoiu:
«La práctica de la lectura, eso sí, se ve representada por las edades más avanzadas, ciudadanos de más de cuarenta años… Yo pertenezco a esta categoría, y ahora me siento como un “dinosaurio, pero no, no es normal que pase esto, sino que tendría que depender de una cultura de la lectura, una educación que provenga de la familia y, si no funciona por las buenas, creo que la lectura debería imponerse, porque es la que te forma. Esto se lo digo a muchos jóvenes que fruncen el ceño en el instituto, los años de más rebeldía, y yo se lo explico. No puede ser, independientemente del sector al que te dirijas, no puede ser que recorras el camino en la vida con una mochila vacía, una mochila que representa ese bagaje de información, de palabras que adquieres mediante la lectura. Llamémoslo como queramos: información, palabras, ideas, metáforas, lo que queramos, no importa. Es importante que contemos y jugueteemos con ellas durante toda la vida.»
La conclusión de todo lo que ha expuesto nuestra interlocutora podría ser que debemos cultivar en los niños la pasión por la lectura. ¡Hagámosles redescubrir el placer de quedarse quieto en un lugar durante unos minutos al día! Es un ejercicio necesario si queremos que alcancen sus logros.
Versión en español: Víctor Peña Irles