La vida en los asilos de ancianos
Según los datos suministrados por la Dirección de Asistencia Social del Ministerio de Trabajo, en la actualidad existen en Rumanía algo más de 200 residencias de ancianos.
România Internațional, 23.10.2013, 17:09
“Quien evita un asilo como este está muy equivocado, porque cuando les dije a unos amigos míos donde vivo, dijeron ‘¡Ay de ti, ¿has acabado en un asilo?’ Hombre, esto no es un asilo, sino una residencia donde te ofrecen una vida tranquila. Por eso todavía hay ancianos deambulan por las calles, por miedo, porque les da vergüenza.”
Hace ya más de un año que Teodora Drăguț vive en la Residencia de Ancianos “Nicolae Cajal” de Bucarest. Tuvo suerte, nos dice, al encontrar gente de buen corazón que se quedó impresionada por el hecho de que a los 85 años casi vivía en la calle, en un albergue para personas sin familia. Su única fortuna eran los libros y una muñeca rubia que cuida como si fuera el bebé que nunca tuvo. Como su pensión era insuficiente para pagar la residencia y no tenía parientes que la ayudaran económicamente, la señora Drăguț entró en la categoría de los casos sociales de los cuales el ayuntamiento se encarga en totalidad. Sin embargo, ¿cuántos jubilados rumanos se encuentran en la misma situación desesperada y cuántos logran ingresar en una residencia?
Según los datos suministrados por la Dirección de Asistencia Social del Ministerio de Trabajo, en la actualidad existen en Rumanía algo más de 200 residencias de ancianos, públicas y privadas, y una lista de espera con más de 2.600 solicitudes. La mayoría se refieren a casos graves de personas enfermas, dependientes y con una situación económica precaria. Sin embargo, la residencia no es gratuita. Para ingresar, un jubilado debe pagar íntegramente las tarifas, si la pensión lo permite, o bien un 60% del cantidad total, mientras que su familia pagará el 40% restante. El Estado se encarga solo de los casos sociales, pero también aquí las cosas tienden a complicarse en un país como Rumanía, donde el número de jubilados crece de manera alarmante, mientras que el presupuesto de la seguridad social disminuye de un día a otro. Carmen Morar, directora de la Dirección de Servicios Sociales del Ministerio de Trabajo, Familia y Protección Social, nos amplía detalles:
“En general, en todos los países ex comunistas, miembros de la UE, los servicios sociales corren a cargo de las arcas del estado. Por eso se intenta sea constituir fondos, sea contratar seguros, ya que todos estos servicios para los ancianos son caros. En perspectiva, si pensamos en el hecho de que la población envejece a ritmo acelerado, nos quedaremos sin fondos, y eso no porque alguien no quiera financiarnos sino porque no habrá manera de hacerlo. Además, la familia actual es de tipo bocadillo, es decir, que los adultos deben cuidar de sus hijos y también de sus padres.”
Cuando los adultos ya no pueden pagar los gastos, la residencia de ancianos puede ser una solución. Sin embargo, como en las residencias públicas las listas son largas y muchas veces una familia no puede esperar, cada vez más rumanos se dirigen a las residencias privadas, sobre todo porque esperan no enfrentarse a la falta aguda de personal médico, como suele ocurrir en las residencias públicas.
Cuando su abuela de 90 años sufrió un accidente cerebrovascular, Alexandra decidió que ya no podía cuidarla sola y optó por un asilo privado:
“Vine aquí y me gustó, porque parece un hotel. Tenía miedo, igual que mi abuela. Sin embargo, al llegar aquí, pensé que no era como un hospital, porque mi abuela se lo imaginaba así: un asilo con aquellas camas blancas de hierro, cubiertas con sábanas que huelen a hospital.”
En cuanto a las tarifas, Alexandra considera que es correcto pagar casi 2.000 lei (unos 450 euros) al mes para que su abuela disfrute de la comodidad de que necesita. En efecto, cuando abrió el centro llamado “Moșia Bunicilor” (La Finca de los Abuelos), la arquitecta Mariana Melinger, nacida en Bucarest y afincada en Israel, solo quiso ayudar a los ancianos a llevar una vida decente en un alojamiento de cuatro estrellas cerca de Bucarest. Sin embargo, no es el precio lo que hace a muchos rumanos evitar una de estas residencias. Escuchemos a Mariana Melinger:
“En cuanto a mentalidad estamos atrasados. Pensamos que si llevamos a nuestros padres o abuelos a uno de estos centros los abandonamos. En realidad, queremos crear condiciones a veces mejores que en casa.”
A pesar de lo que generalmente se cree, las residencias financiadas por el Estado hacen todo lo posible para asegurar a sus residentes condiciones de vida decentes y toda una serie de actividades destinadas a ayudarlos a olvidarse de los problemas de la vejez y de la soledad:
“Aquí tienen un club donde se organizan todo tipo de actividades, pueden charlar o ver la tele. Se organizan también cursos de pintura sobre vidrio. Viajamos a los monasterios, a veces hacemos una barbacoa para los ancianos, para que se sientan como si vivieran en una familia. En verano nos vamos dos semanas a la montaña, a Moeciu de Sus. Vamos en autocar, junto con el personal que les cuida.”
Aunque Cătălin Maxim, director de la residencia pública “Casa Max” del sector 3 de Bucarest, se enorgullece de las actividades organizadas, la señora Olga considera que no son suficientes. Vive en la residencia desde que falleció su marido hace 7 años:
“Me resultó difícil acostumbrarme. Ahora estoy bastante bien, pero no puedo hablar de esta residencia como si fuera mi casa. Aun así, es como una familia…”
Sin embargo, a los ancianos que viven en residencias les queda un gran deseo, según nos dice la psicóloga Mirela Fița del Centro para ancianos “Nicolae Cajal”:
“Desean estar sanos, desean ser más activos y sanos que puedan.”
Si no se sienten abandonados e inútiles, los ancianos pueden transformarse milagrosamente de gente necesitada en abuelos muy activos.