Judíos salvados en los años del horror
Entrevista concedida en 1997 por Emil Tomescu, coronel retirado y veterano de la Segunda Guerra Mundial, con el grado de capitán en 1942
Steliu Lambru, 18.09.2023, 12:39
Las tragedias vividas por los judíos durante la Segunda Guerra Mundial han conmovido profundamente a los contemporáneos. A pesar de su aparente omnipotencia, al mal nazi se opusieron buenas personas que hicieron todo lo posible para que no sufrieran los perseguidos por motivos raciales irracionales. Algunas de esas personas eran rumanos, que no abdicaron de su condición humana y ayudaron a los judíos, sin importar las consecuencias. Uno de ellos fue Emil Tomescu, coronel retirado y veterano de la Segunda Guerra Mundial, con el grado de capitán en 1942. Entrevistado por el Centro de Historia Oral de la Sociedad Rumana de Radiodifusión en 1997, Tomescu relató lo que había encontrado más allá de Odessa, en el palacio de un terrateniente francés que había huido.
«Encontré las puertas clavadas y las ventanas cerradas con clavos. Al preguntar por qué, los soldados me dijeron que había judíos dentro y que cada semana venía un
encargado del centro militar, con competencias en la policía administrativa y
judicial, y se llevaba a uno de ellos y desaparecían. Más tarde supe que les pegaba un tiro en la nuca y los tiraba a un pozo abandonado. Abrí las tablas, ¡y lo que encontré dentro fue algo indescriptible! Eran esqueletos vivos, ¡esqueletos humanos! Estaban sin comer, sin lavar, ¡era terrible! Habían hecho un retrete de una habitación. Inmediatamente ordené calentar el agua en las calderas, los saqué, los hice lavar, les di de comer y me llevé a algunas de las mujeres más resistentes para que ayudaran en la cocina. Pero no pude quedarme mucho tiempo, recibí órdenes de volver al frente. Probablemente el encargado del centro militar o alguien de allí debió informar de lo que yo hacía allí y entonces me cogieron y me enviaron al frente»
Aristina Săileanu era de Târgu Lăpuș, una ciudad del norte de Transilvania anexionada por Hungría tras el arbitraje de Viena del 30 de agosto de 1940. Recordaba en 1997 cómo su padre rescató a una familia de judíos a los que había escondido en una cabaña en el bosque.
«Teníamos nuestra casa en Raoaia, a 14 kilómetros del municipio de Lăpușul Românesc. Mi padre también tenía una granja allí. Teníamos todo lo que necesitábamos. Al ser un lugar tan aislado, por supuesto mi padre pensó en hacer una buena obra porque mi padre lo hacía por amor al prójimo. Mi padre también me envió la noche del 15 al 16 de abril con un antiguo criado. Saqué a los niños de la casa y me fui a Raoaia a nuestra casa donde mi padre nos estaba esperando. Los recogió, los llevó al bosque, les hizo una cabaña y les dio lo básico. Era muy peligroso, ya que, si los alemanes nos pillaban, simplemente nos ejecutaban».
Gheorghe Moldovan, de Blaj, declaró en 1997 que había llevado comida, junto con otros jóvenes de su edad, a los judíos del campo de la carretera Perșani-Lădeni-Brașov. ¿Qué se proponía hacer con los judíos la asociación en la que militaba?
«Lo primero y más importante era salvarlos de la deportación. En otras partes del país fueron concentrados y llevados detrás de las líneas del frente. Desde aquí, desde Blaj, eran enviados a campos de trabajo, no a campos de exterminio. Pero para todos los judíos del norte de Ardeal ya se planteaba la cuestión de salvarlos de ser llevados a los campos de exterminio de Auschwitz y otros lugares. Se organizaron pasos fronterizos clandestinos, conocí a aquel ciudadano que había estado aquí muchas veces y que también me dio las gracias personalmente. Me enorgullezco de que, por las descripciones que leí, parecía el mismísimo Raoul Wallenberg. Era un hombre alto, extraordinario y muy valiente».
Sonia Palty, en 2001, recordó al agrónomo Vasilescu, un hombre que pagó con su vida tras ser denunciado por ayudar a los judíos.
«Este Vasilescu era, permítanme decirlo, el único ser humano. Teníamos que conseguir comida sólo para los que salían a trabajar y en aquellos días de invierno muy poca gente salía a trabajar porque la mayoría estaba enferma: gripe, diarrea, reumatismo. Entonces, Vasilescu, siendo diciembre, porque nos acercábamos a Navidad, decidió dar comida a todos los del campo, es decir, a los niños, mujeres y ancianos que no habían salido a trabajar. Al día siguiente nos reunieron a todos y nos dijeron que en una hora tuviéramos todos las maletas hechas, que nos llevarían a la estación y de allí saldríamos por el río Bug hacia Bogdanovka. Vino el teniente Capeleanu y empezó a golpearnos con su látigo a diestro y siniestro. Cuando levantó el látigo para seguir adelante, el administrador de la granja Vasilescu le agarró la mano y le dijo: ¡Ya les has pegado bastante, déjalos en paz, no volverás a saber de ellos!. Capeleanu escribió una nota informativa diciendo que Vasilescu había estado a favor del grupo de judíos, que les había ayudado y dado comida, y el agrónomo Vasilescu fue enviado a Cotul Donului de donde nunca volvió».
Algunos rumanos realizaron actos de verdadera humanidad en tiempos extremos para los judíos, como la Segunda Guerra Mundial. Y el título de «Justos entre las naciones» para algunos de ellos es el acto de gratitud del pueblo judío.
Versión en español: Antonio Madrid