El abogado Istrate Micescu
Aunque era un abogado muy hábil, Istrate Micescu se quedó en la historia como un personaje político con opiniones fuertemente antisemitas y racistas
Steliu Lambru, 10.10.2022, 12:40
Un conocido jurista de la Rumanía de entreguerras fue Istrate Micescu, profesor universitario y político. Nacido en 1881 en la ciudad de Ploiești, a 60 kilómetros al norte de Bucarest, Micescu era descendiente de una familia noble del condado de Argeș, documentada desde el siglo XVI. Estudió Derecho en París y también allí se doctoró en Ciencias Jurídicas en 1906. Fue abogado en los colegios de abogacía de los condados de Argeș e Ilfov, al mismo tiempo que era profesor de derecho civil y filosofía del derecho en la Universidad de Bucarest. A través de su desempeño en las clases, impresionó a generaciones y generaciones de estudiantes y era a menudo idolatrado. Micescu también fue famoso por los juicios en los que abogó.
En el año 2000, el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana entrevistó al preso político Aurel Obreja. Hablaba de la fama de Micescu tal y como le contó un compañero de prisión en la década de 1950. Era una fama basada en mucho cinismo, una de las características de los abogados, como suele percibirlos el público.
«Estuve en prisión con el secretario de Micescu, Horia Cosmovici, un tipo extraordinariamente inteligente, quien nos contó cómo Istrate Micescu ganaba los juicios. Nos habló de un juicio en Inglaterra de un lord que había matado a su esposa. El lord preguntó qué abogados famosos había y descubrió que había uno en Rumanía, Istrate Micescu. Lo contrató y a Micescu le dijeron de qué se trataba: había matado a su esposa, no podía soportarla más. La había golpeado en la cabeza con algo y había muerto. Y Micescu va a juicio. Y la gente, el jurado… «Señor presidente, honorable tribunal, señor juez, etc.», comienza Micescu y se detiene. «Vamos, señor, comience», le dice el juez. «Señor presidente, honorable tribunal, señor juez…» Y Micescu se detiene de nuevo. «Vamos, señor, comience de una vez». «Señor Presidente, honorable tribunal, honorable asamblea…» y se detiene de nuevo. «¡Vamos, señor, comience de una vez!» El juez pierde la paciencia. «Bueno, verá, señor presidente, usted no tiene paciencia para esperar 10 minutos hasta que comience mi defensa, ¡pero este pobre hombre ha aguantado a su esposa 20 años!» Y al final el lord fue absuelto».
La fama profesional le hizo entrar en política. Micescu hizo política liberal y fue elegido diputado en 1920, 1927 y 1931. Admirador del rey Carlos II, se acerca a él a partir de 1930. Hacia finales de esos años expresó sus opiniones antisemitas y racistas aún más acentuadas y formó parte del gobierno de orientación fascista de Goga-Cuza desde diciembre de 1937 hasta febrero de 1938, cuando fue ministro de Relaciones Exteriores. Es padre de la Constitución de 1938, constitución que fortaleció el régimen autoritario del rey Carlos II. Micescu se convierte en miembro del Consejo Superior Nacional del Frente Nacional del Renacimiento, el único partido después de 1938, senador en el nuevo Parlamento y ministro de justicia en el gobierno de Gheorghe Tătărescu entre noviembre de 1939 y mayo de 1940. Entre sus actos reprobables está el presidir, en 1937, la reunión del Colegio de Abogados de Bucarest cuando se decidió excluir a los abogados judíos.
Pero la historia pronto cambiaría el destino de Micescu. Después de 1945, con la entrada de los soviéticos en Rumanía, fue denunciado como partidario del régimen fascista. Es expulsado del colegio de abogados, arrestado en 1948 y sentenciado a 20 años de prisión. El 22 de mayo de 1951 muere en la penitenciaría de Aiud, y estuvo presente durante su muerte Nicolae Enescu, estudiante de derecho y preso político.
«Se abre la puerta del cuarto y aparece Iordache, el oficial político, una bestia terrible. Pasó por nuestras literas y escuchamos: «¿Qué estáis haciendo, chicos?» ¿Sabes lo que eso significó para nosotros? ¿Una bestia tan terrible, que solo se dirigía a nosotros con sus botas y sus puños dondequiera que nos encontrara, sin razón alguna, que utilizara este lenguaje? Y nos miramos unos a otros, ingenuos como éramos, pensábamos que algo había cambiado. Y uno de nosotros, el doctor Uţă, le responde a Iordache: «¿Qué debemos hacer, señor comandante? Con nuestros problemas, con nuestras enfermedades». «¿Quién de vosotros está más enfermo?» pregunta Iordache. Y luego el doctor Uţă dice: «el Profesor Micescu». «¡Llevadme hasta allí!» Y lo llevamos al pie de la cama de Istrate Micescu, que estaba moribundo. «Bueno, ¿qué le pasa? ¿No podría salvarse?” pregunta Iordache. Cuando vimos tanta buena voluntad —que por lo general no se nos daba ni una aspirina—, nos miramos los unos a los otros. El Dr. Uţă responde: «Sí, señor comandante, si usted aprobara una receta para él». «Sí, la apruebo.» Y arrancó un trozo de papel del cuaderno. «¡Escribe!» Iordache le dice al médico. Le dio el boli y el doctor comenzó a escribir. Y el médico le entrega la receta. Ingenuamente, nosotros pensamos que algo había pasado en el comportamiento de la bestia. «¡De acuerdo entonces!» dice Iordache. Y toma la receta y la arroja sobre el pecho de Istrate Micescu: «¡Sé yo lo que necesitas, bandido! Cuatro maderas, y te las vamos a dar». Así murió Istrate Micescu».
La notoriedad de Istrate Micescu fue la de un individuo que, a través de sus cualidades personales, demostró que ejercía su profesión con rigor. Pero la personalidad no estuvo a la altura de las habilidades profesionales.
Traducción al español: Carolina Hernando Carrera