Mitos sobre la Revolución rumana
Steliu Lambru, 23.12.2019, 17:03
El 22 de diciembre de 1989, a las 12:08 del mediodía, el helicóptero en el que estaban Nicolae y Elena Ceaușescu despegaba del edificio del Comité Central del Partido Comunista Rumano. Fue el momento en que los rumanos se libraron del terror comunista. Empezaba la Revolución rumana que iba a reinstaurar la democracia. Pero inmediatamente después de aquel momento glorioso surgían las dudas. Todas las desilusiones, los fracasos y los destinos rotos empezaban a nublar el momento mágico que les había devuelto la libertad a los rumanos. Surgían los mitos que trataban de destruir lo que se había logrado con el precio de la sangre. Los mitos, alimentados por lo desconocido, siguen persistiendo.
Uno de los mitos más persistentes, tal vez el más grande, es el que dice que la Revolución fue confiscada por Ion Iliescu y sus allegados. Activista de partido, Ion Iliescu fue el primer presidente de la Rumanía postcomunista. Su presencia en el cargo público más importante, rodeado por gente del Frente de Salvación Nacional, en realidad gente de entre las filas del partido comunista, hizo que la gente pensara que la Revolución de diciembre de 1989 había sido una maniobra para que Iliescu tomara las riendas del poder.
Dragoș Petrescu, profesor en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Bucarest y autor de uno de los más completos estudios sobre las revoluciones de 1989, nos explica a continuación en qué consiste el mito conforme al cual la Revolución rumana fue robada.
«Creo que la idea de una revolución robada o confiscada surgió desde los primeros momentos después de la caída del antiguo régimen. Los escalones 2 y 3 del antiguo partido comunista tomaron las riendas del poder y reemplazaron a los allegados de Ceaușescu, a los dirigentes del partido comunista, a los que se les imputaban los problemas de los años 80: la crisis económica profunda, el nacionalismo exagerado, la asimilación de las minorías y la imagen desastrosa de Rumanía en el exterior.»
El mito de la revolución confiscada está muy arraigado en la memoria de la opinión pública y Dragoș Petrescu considera que esto impide una valoración correcta de los cambios ocurridos en los 30 años transcurridos desde aquel momento.
«Si partiéramos de las premisas que Iliescu y sus allegados confiscaron o robaron la Revolución, destruiríamos uno de los momentos astrales de la historia de la Rumanía del siglo XX. Prácticamente, la Revolución fue uno de los momentos más interesantes, se convirtió en el motivo que nos hace verdaderamente orgullosos de ser rumanos, eso más allá del nacionalismo dañino de la frase «orgulloso de ser rumano». ¿Por qué? Porque de esta forma negaríamos los momentos fundamentales de la Revolución rumana. Luego, la violenta supresión de la revolución de Timișoara, mejor dicho de las protestas populares transformadas en revolución, y otros momentos similares no pudieron haber sido controlados por Iliescu. Aun más, el 21 de diciembre de 1989, cuando Ceaușescu intentaba revivir aquel momento carismático que había tenido el 21 de agosto de 1968, cuando había condenado la aplicación del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia, no había organizado aquel mitin alentado por Iliescu.»
El segundo mito, muy bien arraigado en la mente de los rumanos, es que la Revolución de 1989 fue un golpe de Estado. Dragoș Petrescu vuelve con detalles.
«Este es un ejercicio histórico muy interesante. Muchas veces, lo que ocurre después de un acontecimiento nos hace cambiar de opinión sobre los hechos. Con otras palabras, la frustración de muchos rumanos, causada de modo especial por las reformas demasiado lentas y los pasos demasiado lentos que Rumanía daba hacia Europa, hizo que muchos rumanos negaran los cambios ocurridos en diciembre de 1989. Los cambios demasiado lentos, la implicación de muchos personajes del segundo escalón del Partido Comunista y los tecnócratas allegados del mismo partido, hicieron que muchos rumanos negaran su participación en uno de los más importantes momentos de su historia, tal vez el más glorioso. El cambio fue real, Rumanía experimentó un cambio real de poder, a través de una Revolución, hecho confirmado también por los 1100 muertos y 3.300 heridos.»
El mito de los terroristas fue lanzado por el poder instalado después de diciembre de 1989, representado por Iliescu y el Frente de Salvación Nacional. Dragoș Petrescu considera que este mito le fue muy útil al nuevo poder.
«El problema de los terroristas se vincula directamente a las casi 900 muertes, trágicas e inútiles, causadas por la confusión instalada después del 22 de diciembre y que fue alimentada por el nuevo poder instalado. En mi opinión, se trata de una confusión alimentada deliberadamente por el nuevo poder con el fin de consolidar su posición. Sirvió para detener el ímpetu revolucionario de la población que podía haber reclamado castigos duros para los culpables de los abusos durante el comunismo, de modo especial exrepresentantes de la Securitate, exintegrantes del Partido Comunista, gente que tenía voz y voto en dicho partido. La confusión fue alimentada por el mito de los terroristas e Ion Iliescu siempre apoyó esta idea.»
Afortunadamente, los mitos de la Revolución rumana no son más fuertes que la concienciación de lo que se pudo lograr en 1989, más exactamente la vuelta a la normalidad.
Versión española: Valeriu Radulian