El serpentario de Jilava – Recuerdos de la prisión
La prisión de Jilava fue construida en el fuerte número 13, que formaba parte del sistema defensivo de fortificaciones creado en la época del rey Carlos I, en la segunda mitad del siglo XIX, para la defensa de Bucarest.
Steliu Lambru, 06.03.2015, 17:41
La prisión de Jilava fue construida en el fuerte número 13, que formaba parte del sistema defensivo de fortificaciones creado en la época del rey Carlos I, en la segunda mitad del siglo XIX, para la defensa de Bucarest. El gobierno comunista instalado por los soviéticos en 1945 inició el proceso de propagación del comunismo en Rumanía, que significó la detención de la oposición política democrática y de todos sus opositores. Así, Jilava llegó a ser una prisión transitoria, una de las islas del archipiélago del gulag rumano, en el que los presos eran interrogados o detenidos hasta que los trasladaban a otra prisión.
Los presos de Jilava tienen recuerdos que superan mucho la imaginación más terrorífica. Desde que ingresaban, los presos eran sometidos a un trato extremadamente violento; eran obligados a pasar por dos filas de guardias con porras, varas de cuero y bastones de goma con los que les golpeaban en la cabeza y en otras partes del cuerpo. Después, los guardias los cacheaban. Los enviaban a celdas concurridas, con hasta 200 personas, y ahí conocían el llamado “serpentario”, el lugar donde dormían los recién llegados. Se denominaba así porque, para entrar al espacio de tan sólo 50 centímetros que había entre el piso de hormigón y la cama de abajo, el preso tenía que arrastrarse como una serpiente.
Constantin Ion fue detenido en 1949, cuando estudiaba en un instituto de Bucarest y había ingresado en una organización estudiantil que imprimía y difundía manifiestos anticomunistas. El Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana grabó su testimonio en el año 2000:
“Viví en una habitación de Jilava con 160 personas en los calurosos meses de junio, julio y agosto. Y recuerdo las camas en las que dormíamos. Estábamos pegados unos a otros, sólo podíamos movernos de una parte a otra todos a la vez, porque no había sitio. Los nuevos presos se quedaban en el serpentario. En la habitación, en presencia de tantas personas, aunque no te daban mucha comida y bebida, teníamos que usar el váter. Había un recipiente de madera que se llenaba y la orina se escurría en el piso. Muchos de nosotros incluso tuvimos que dormir en la orina. Contrajimos forunculosis y aquellos que estaban arriba, por la noche, por el cansancio y por el dolor, mientras estaban durmiendo, se chocaban con los que estaban abajo y tenían otras enfermedades. Y gritábamos, por supuesto, por el dolor.”
Alexandru Marinescu de Nucşoara, el centro del grupo de partidarios anticomunistas de Arsenescu-Arnăuţoiu, fue detenido en 1949 por posesión de armas, cuando era estudiante. Estuvo también en el serpentario de Jilava. Y ahí tampoco encontraba siempre un sitio para dormir:
“Se dormía bajo la cama y, por lo menos en el invierno del año 50 o 51, muchas veces quedaban 15 o 20 personas sin sitio para dormir. No quedaba ninguno libre. Y aquellos que no tenían sitio para tenderse se juntaban en una parte de la habitación. Cuando se oía el cambio de guardia, despertábamos a otras 15 o 20 personas para sustituirlas y aquellas podían descansar. No había colchones, no había mantas, no había sábanas, sólo la tabla. En algunas habitaciones había unas esteras rotas. Nuestras caderas eran como la nuca de un buey uncido. Aunque hubiera pasado 5 o 10 años en otras prisiones, la persona recién llegada a la habitación era considerada nueva. Y empezaba con las peores condiciones: el peor sitio para dormir. Después de mi llegada, hubo un tiempo en el que no entraron otras personas y teníamos sitio, y dormí al lado de los recipientes de madera. Si dormía en la parte derecha, me quedaba con la cara hacía el recipiente, y por la noche corría el riesgo de que otra persona me regara cuando los usaba. Por lo tanto, dormí en la parte izquierda, con la espalda hacia los recipientes, directamente en el hormigón.”
Ion Preda fue detenido en 1949 por haber dado comida al grupo de partidarios de Arnăuţoiu, y nos ha contado lo que aguantó en el serpentario:
“Entrábamos al serpentario y no teníamos dónde poner la cabeza. Poníamos la cabeza en las botas, en vez de la almohada, no teníamos sábanas, ninguna estera, ninguna alfombra. ¡Nada! Dormíamos en el cemento. Algunos contrajeron eccemas, otros se ahogaban y se les hinchaban los ojos. Y teníamos sólo una ventana pequeña. Y cuando había mucho ruido en la celda, el guardia la cerraba como castigo. Y te hinchabas, te quedabas sin aire. Nos dejaba así media hora, y después abría la ventana. Ésto me pasó en Jilava.”
El serpentario era otra manera de humillar a una persona, de transformarla en un animal, de destruir el respeto a sí misma y a los demás. Pero era también un criterio ilusorio de establecer quién tenía mejores condiciones en un ámbito de detención dominado por el lema “sálvese quién pueda”.