Domingo 15 de noviembre
Primero, amigos, os quiero decir que aquí tuvimos una semana gris, con cielo cubierto y poco sol. Las temperaturas máximas, en Bucarest, rondaron los 13 grados centígrados.
Victoria Sepciu, 15.11.2020, 05:22
Primero, amigos, os quiero decir que aquí tuvimos una semana gris, con cielo cubierto y poco sol. Las temperaturas máximas, en Bucarest, rondaron los 13 grados centígrados.
Desde este lunes, en Rumanía se han puesto en marcha nuevas restricciones en el intento de limitar el número de casos de infección por el nuevo coronavirus, que ha alcanzado cifras preocupantes. Entre ellas están las siguientes: es obligatorio usar mascarilla en todo el país, tanto en lugares cerrados como abiertos, las escuelas funcionan solamente en línea, las tiendas cierran antes de las 21:00 horas y está restringida la circulación durante la noche, con algunas excepciones. Otros países han puesto en marcha medidas similares o incluso más duras, dado que gran parte del planeta está afectado por la segunda ola de la pandemia. Las autoridades rumanas esperan limitar el número de infecciones para permitir al sistema sanitario hacer frente a esta situación, especialmente en las unidades de cuidados intensivos.
El miércoles celebramos el Día de los Veteranos, con este motivo se organizaron ceremonias militares y religiosas en pequeño formato en Bucarest y en otras guarniciones en el país donde hay unidades militares que han llevado a cabo misiones en los teatros de operaciones. Según el Ministerio de Defensa rumano, el 11 de noviembre fue elegido como Día de los Veteranos por su simbolismo: la entrada en vigor, el 11 de noviembre de 1918, a las 11.00 horas, del Armisticio firmado por representantes de Alemania y de la Triple Entente que ponía fin a la Primera Guerra Mundial y que hizo posible la Gran Unión Rumana que se realizó el 1 de diciembre del mismo año.
Con esto paso a contestar la correspondencia de hoy: Sandra Graciela Espósito y Norman A Trench de Villa Alpina-Córdoba-Argentina, reanudan el contacto con nosotros para saludarnos y compartir lo suyo: Nosotros, aquí, muy complicado todo … mejor no comentar, me refiero al país; aún así con mucha voluntad, seguimos para no aflojar, diríamos los porteños de Buenos Aires: pa’delante
Norman está haciendo cítaras orientales y santur (es un instrumento persa parecido al címbalo rumano). Lo mantiene entretenido haciendo algo hermoso. A veces, le agrego algún que otro motivo pictórico… pequeño porque cada instrumento, al ser distinto, te sugiere algo: flores, paisajes, etc.
Por mi parte, yo siempre con mis plantas, reorganicé la huerta y estamos tratando de que soporte el próximo invierno, para estirar un poco más las hortalizas y no sufran demasiado. El clima está muy agresivo: mucho viento, sequía, amplitud térmica considerable, que aún en esta época, la temperatura suele bajar a 3°C o 4°C, cuando el día anterior hizo 35°C. Eso pasó hace dos semanas…Muy pocas lluvias.
Todo esto determina que desde agosto hasta ahora, Córdoba siga padeciendo incendios terribles, que ya casi han extinguido toda su belleza, expresada a través de su fauna y flora autóctonas. Y como nadie puede moverse de sus lugares, están haciendo desmadres con las cosas… Algunos de los bellos lugares que alguna vez viste por fotos, ya no existen.
Por eso, a veces quiero escribir, pero no sé qué contar, todo está muy triste y determinado por una cosa que no se sabe bien qué es… Aquí empezó a hablarse de libertad. Pero, pero … siempre sin olvidarse de cómo llegar a fin de mes con comida en tu mesa…Las personas hablan de libertad, si tienen trabajo, dinero, celulares, las apps, comen, en fin…hacen lo que quieren…
¿Eso es libertad? ¿Qué será eso? Yo personalmente, no lo conozco, ¡no sé lo que es!
En una película argentina antigua Un Ángel sin pudor, se da un diálogo de un ángel con una auxiliar doméstica, que diría aproximadamente esto:
Angel: -¿Qué estás haciendo?-
Señora: -Trabajando
Angel: -¿Y para qué trabajás?-
Señora: -Para ganar dinero-, dice la auxiliar muy resuelta.
Angel: -¿Y para qué ganás dinero?-
Señora: -Para comer- Agrega ya con signos de molestias…
Angel: -¿Y para qué comés?- perplejo.
Señora: -Para trabajar-
Angel: -¡Pero eso es una locura!
Libertad… Linda palabra, no se trata sólo de no salir de tu entorno o de que uno haga lo que te guste, o no… el ser humano no suele preguntarse por qué debiera hacer tal o cual cosa, y que por sobre todo, deba primero comer, por ejemplo, o…trabajar para comer…o… ¡Ja, ja, ja!
Fuera de todo esto, espero que estés bien, Victoria…
Como te conté, hace un tiempo quería escribir, pero trato de buscar un momento en que me salga de la cotidianeidad, al menos, emotivamente
para saludarte y contarte algo que no sea muy depresivo, aunque creo que en este caso merece que sepas algo de mi paisaje que es mi contexto.
Y hoy encontré ese momento que me motivó este correo: mientras desayunábamos, escuché una interpretación del Claro de Luna de
Claude Debussy, por Kitaro e Idao. Recordé que cuando era jovencita, allá por mis 15 o 17 años, todavía en las celebraciones religiosas como el Jueves y Viernes Santos (Pascuas) o para el Día de todos los Muertos, el 2 de Noviembre, se solía pasar por radio música sacra, y recién comenzaban algunas emisoras a animarse a pasar música mántica o del new age, pero muy tranquila. Esto último hacia los ’80. Y así fue que en esos días, escuché una melodía, para mí bellísima, que me llevaba más allá de este mundo tan bajo, duro, estrecho y ácido. Me estremecía de tal modo que me daba escalofríos escucharla y me dejaba una tremenda nostalgia y hasta tristeza cuando terminaba.
Con el tiempo… supe que era el Claro de Luna de Debussy, y más tarde, que era Kitaro quien lo interpretaba.
No encontré esa versión de esa época, tendría que buscarla en su discografía, que es muy grande. Pero, Norman encontró esta última del mismo Kitaro con Idao…igualmente bella -para mí- del 1997.
Y dije… ¡esto es para Victoria!
Espero te guste y con esta sensación de desapego de este mundo tan
catastrófico, me despido con un abrazo muy fuerte a la distancia.
Un saludo a la Radio Romania Internacional y un especial saludo a
Valeriu, que tantas veces me hizo pasear con sus excursiones por
Romania, tan lindas.
-Queridos amigos, querida Sandra, te agradezco de corazón todo lo compartido. ¡Mientras tenga amigos como vosotros, estaré agradecida con la vida! Gracias a la radio he podido “encontrar tantas personas especiales en todo el mundo y sin la radio eso hubiera sido imposible. Me ha emocionado sobremanera tu carta, saber de vosotros, vuestras vivencias, tus pensamientos y me han gustado mucho los enlaces compartidos. Infinitas gracias por todo, querida Sandra. Os mando un fuerte abrazo en la distancia y mis deseos de que superéis y superemos este mal momento. ¡Hasta pronto, queridos amigos!
Otro argentino que reanuda el contacto con nosotros, Hugo Longhi de Rosario:
Sí, soy yo, el mismo. Le robo la letra al tango para decirte que yo siempre estoy volviendo.
Bueno, ya hemos hablado de mi larga ausencia; ahora digo que mi retorno obedece a que he logrado finalmente capturar vuestra señal por aire y eso sí que es una alegría para mí. Ya ampliaré al respecto.
Si bien es verdad que mis palabras no aparecían en tu popular Cita con los Oyentes dominguero, eso no quita que haya estado ajeno a la actualidad rumana. A menudo visitaba el sitio en web.
Así seguía las elecciones en Moldavia, el aumento de casos de Covid en Rumanía, los próximos comicios parlamentarios y algunos espacios y reportajes que me interesaron mucho como el de los trenes nacionales. Yo llegué a Bucarest por ese medio, te consta ya que fuiste amablemente a esperarme en la Gara de Nord.
Por aquí ya gozando de la hermosa primavera rosarina pese a que las restricciones hacen que debamos privarnos de algunos paseos. Por cierto los argentinos no somos muy cumplidores, ni siquiera cuando está en riesgo nuestra salud.
-Bueno, Hugo, me alegro de tener noticias tuyas y de saber que estás bien. Celebro, además, que hayas vuelto a sintonizar nuestros programas en muy buenas condiciones y que sigas conectado a la realidad rumana. Recibe un gran abrazo de amistad desde la ciudad que conociste hace tiempo junto con mis mejores deseos. ¡Hasta la próxima!
Seguimos ahora con la segunda parte de la historia que empezó a compartir el domingo pasado nuestro amigo y colaborador semanal, Miguel Ramón Bauset de Alboraya-Valencia-España: LA SALA DE ESPERA
En una estación como aquella, reducida a los mínimos servicios, y con pocos viajeros circulando por los diversos espacios, sin apenas una cafetería para tomar un tentempié o una bebida caliente, con escasas tiendas que ofrecen algo para vender, parece que una sala de espera es algo de agradece, un lugar donde pasar esa media docena de horas de alguna manera, no siempre leyendo u observando el panel con sus entradas y salidas de los pocos trenes que circulaban.
Pensándolo mejor, antes debía solucionar unos encargos de algunos amigos, sólo de unos cuantos, de los que se lo merecen, y que además se corresponden cuando ellos emprenden viaje con la maleta viajera a otros lugares y también se acuerdan.
Unos décimos de lotería para Navidad y unos chocolates de medio kilo para tomar a la taza, caliente una vez en casa con bizcocho, sin olvidar unos caramelos de fresa sin azúcar que llevaban una poesía en su interior y que se leía con sorpresa, mientras saboreaba los primeros instantes de esa fresa bañada con edulcorantes y que teóricamente era más natural que el cotidiano de dulce azucarado.
La dependienta comentaba las pocas ventas en general de los últimos tiempos y que muchas tiendas habían tenido que cerrar por toda esta serie de problemas.
El equipaje ya estaba saturado. No cabía apenas nada. Menos mal que el tren que tenía que coger llevaría poca gente arriba y tenía acceso cómodo, lejos del anterior que había que hacer un curso de alpinismo previo. Además tampoco había que pasar el scanner del control de equipajes, sólo bajar el ascensor.
Ya casi estaba en el lugar de descanso. Antes observó el ambiente de alrededor, un par de estudiantes medio cargados, una señora con prisa y una súper maleta que seguramente iba a por el tren de alta velocidad, un vigilante de la estación con su cazadora verde fosforescente, un matrimonio que marchaba a la estación de autobuses en la planta inferior… y poco más.
Al entrar se abrieron las puertas de acceso. Era una sala amplia, con aforo limitado por la situación, donde los diferentes asientos indicaban si se podía sentar o no. Una pantalla de horarios al fondo en la pared, una mesa con enchufes para poner las baterías a tono, y un par de máquinas con bebidas frías y snacks, decoraban aquel lugar tan especial donde alrededor de cuatro visitantes medio dormidos se distanciaban entre el silencio reinante.
El lugar elegido, delante de la mesa de la salvación de los pc y móviles, donde cuatro asientos más allá un señor entrado en los sesenta se comía una chocolatina junto a una botella de agua de medio litro. Minutos más tarde, se oye la voz de una señora increpando al caballero porque, desde su ángulo no veía que llevaba la mascarilla puesta. La respuesta inmediata no se hizo esperar ni siquiera un par de minutos y que iba encaminada a que lo haría cuando terminara de comer y beber un par de sorbos de aquella agua de manantial embotellada.
Tomó asiento y se dirigió a cargar la batería que estaba a punto de apagarse. No debía dormirse ni un instante, ya que el móvil podía desaparecer en cuestión de segundos.
No tardó en aparecer un joven con su mochila, quien se sentó en el suelo junto a la mesa y también, cargador en mano, salvó a su celular de desconectarse por momentos.
El viajero, un hombre con muchos ánimos de conversar siempre, le saludó de entrada, y allí comenzó la charla muy amena, por cierto.
El joven habló que era guatemalteco, de Tegucigalpa para más señas, que había vivido mucho tiempo en Huesca, y que ahora se dirigía a Sevilla donde trabajaba en una empresa de informática y tenía a su novia, guatemalteca también, allí.
Era la primera vez que el viajero hablaba con una persona de ese país. El intercambio de culturas, fue la gran noticia de esa espera que, gracias a ello, se hizo muy rápida y apenas se notó.
Las estaciones, los trenes, las salas de espera, son siempre lugares de conversaciones muy variadas y la mayoría de veces interesantes, aunque se tenga que tener siempre mucho cuidado y ser precavido, eso siempre.
A eso de las tres el joven tenía que tomar su tren. ¡Cuánto se había aprendido alrededor de esa mesa donde los móviles recargaban sus baterías y descansaban de su ajetreo casi todo el día, en unas cuantas horas!
La amistad y el intercambio de culturas seguirían después a través de las redes sociales…
Ya quedaba nada para el tren del viajero. Interrumpió de nuevo la lectura de aquel libro que le gustaba tanto, recorrió la sala con su pesado equipaje que contemplaba tan solo cuatro personas, y se dirigió a por su tren que acababa de entrar ahora en la vía 6.
Colocó sus maletas en el amplio habitáculo del coche remolque número dos y se sentó con los auriculares puestos a escuchar buena música, la popular rumana que tanto adora.
Mientras sonaba la canción del vino de María Tanase y el tren se ponía en marcha rumbo a destino, el viajero, nuestro viajero, evocaba las vacaciones pasadas y el nuevo amigo que acababa de conocer, y cuando la imaginación terminó por esos lares, la música rumana le transportó a la patria de Enescu, a uno de los muchos viajes que allí ha realizado y recordó que precisamente tiene pendiente una vuelta a las queridas tierras rumanas… que será a buen seguro, cuando ¡este mal sueño acabe y las cosas vuelvan a ser como antes!
-Muchas gracias, Miguel, por haber compartido esta bonita historia del viajero siempre alegre, abierto y dispuesto a sonreír para provocar el bienestar de los demás. Un fuerte abrazo, amigo, y ¡Hasta pronto!