La desaparición de un símbolo
Este martes ha fallecido a los 96 años, después de un largo y duro sufrimiento, el último rey de Rumanía, Miguel I.
Bogdan Matei, 06.12.2017, 14:05
Un país huérfano. Así ha quedado Rumanía tras la muerte del último rey, Miguel I. En un periodo en el que los medios de comunicación están llenos de estrellas efímeras, el rey venía de otra época y otro mundo. El último jefe de Estado que todavía vivía de la época de la Segunda Guerra Mundial, el rey Miguel, según han destacado sus biógrafos, creyó continuamente en una Rumanía moral, unida y próspera, y abogó de manera incansable y modesta por la adhesión del país a la OTAN y la Unión Europea. El 25 de octubre de 2011, cuando celebró 90 años de vida, pronunció prácticamente su testamento político y moral delante del Parlamento de Bucarest. El rey Miguel:
“Las instituciones democráticas no son gobernadas sólo por las leyes y la ética. El santo sentido del deber, el amor por el país y la habilidad son los principales criterios de la vida pública. ¡Confíen en la democracia, en el sentido de las instituciones y en sus normas! El mundo de mañana no puede existir sin la moral, sin la fe y sin la memoria. El cinismo, el interés estrecho y la cobardía no tienen que ocupar nuestra vida.”
Miguel I subió al trono en septiembre de 1940 y se quedó durante mucho tiempo detrás de la persona fuerte de la época, el mariscal proalemán Ion Antonescu. Pero el 23 de agosto de 1944, cuando el Ejército Rojo había entrado ya en Rumanía y amenazaba con hacer que Bucarest desapareciera del mapa, con un valor increíble, el rey decidió detener al mariscal, decidió la salida del país del Eje y su unión a la coalición antinazi. Los historiadores son casi unánimes: su decisión acortó la guerra de Europa medio año y salvó a centenares de miles de personas. Es abrumadora la herencia que el rey transmite a la primogénita de sus cinco hijas, la principesa Margarita:
“Su bondad y perdón vencieron todas las cosas malas del siglo pasado. Su sabiduría aseguró la continuidad de nuestra identidad, en unos momentos de una grave desviación del recorrido normal del país. Nuestro rey fue una parte de la fibra del Estado rumano. Mediante toda su actividad, mi padre ha continuado la conexión de la familia real con la nación rumana. Para nuestro mañana nos regaló su día de hoy. Comienza una nueva época para la Casa Real de Rumanía. Con los mismos principios y sentimientos que mi padre, continuaré sirviendo los intereses fundamentales del pueblo rumano. ¡Así me ayude Dios!”
El rey se vio obligado a abdicar y a exiliarse en 1947, cuando el país estaba liderado por un gobierno comunista maniquí y se encontraba prácticamente bajo la ocupación militar soviética. Para sobrevivir, el soberano destronado no vaciló en reparar coches, cultivar la tierra en una granja y criar gallinas. Hasta la revolución comunista de 1989, se vio sometido permanentemente a la persecución informativa de la Securitate, la policía política del régimen de Bucarest. Expulsado de la patria a los 26 años, el rey pudo volver a los 75. En un doloroso ejercicio imaginando otra historia, muchos rumanos se preguntan frecuentemente cómo habría sido la Rumanía actual sin su abdicación forzosa, sin la sangrienta dictadura comunista y la incoherente transición que la siguió.