Un tren hacia otra vida
Domingo, un día de marzo. En la Estación Norte, el reloj marca las 11:30. La sala de espera número 2, orientada hacia el bulevar Grivița, está llena de gente.
Ioana Stăncescu, 25.03.2022, 14:10
Ruidos de la estación de tren
Domingo, un día de marzo. En la Estación Norte, el reloj marca las 11:30. La sala de espera número 2, orientada hacia el bulevar Grivița, está llena de gente. Como en las demás salas de espera. Por todas partes hay viajeros, la gran mayoría son mujeres y niños, sentados o de pie, que esperan junto a sus maletas. Solo que, esta vez, ninguno de ellos se irá de vacaciones ni esperará a un tren que los lleve de vuelta a casa. Todos son ucranianos que huyen de la guerra. Desde el 24 de febrero a las 5 de la mañana, la invasión rusa de Ucrania ha obligado a más de 3 millones de personas a convertirse en refugiados, de los cuales más de 500 000 han llegado a Rumanía. He ido a encontrarme con ellos a la Estación Norte.
Antes de irnos la situación estaba relativamente tranquila en Odesa, pero en los últimos días antes de salir, dado que hay unidades militares cerca de la ciudad y que también tenemos acceso al mar, se escuchaban disparos y el ejército ucraniano intentaba derribar los misiles dirigidos a la ciudad. Todos los días sonaban las sirenas para que la gente pudiera esconderse. Desafortunadamente, donde vivo es un vecindario con bloques de pisos altos y sin refugios. Solo podíamos escondernos en una esquina, entre dos paredes. Entonces mi familia insistió en que me llevara a las niñas y me fuera lo antes posible.
Al llegar a Bucarest, Tonia inicialmente se alojó en un hotel. A los pocos días, sin embargo, se le acabó el dinero, por lo que tuvo que coger a sus hijas y su maleta y pedir ayuda en la Estación Norte. Aquí conoció a Ilinca Ștefănescu, una voluntaria. Presidenta de la asociación AREFU, creada en memoria de sus antepasados, entre los que se encuentran varias personalidades importantes de la vida cultural y artística de Rumanía, Ilinca decidió movilizar toda su energía en apoyo a los refugiados de Ucrania. Por eso lanzó la campaña Juntos, mejor, que ofrece ayuda a los ucranianos en la estación. Ilinca Stefănescu:
Una noche, estaba en casa con mi esposo, estábamos viendo una película en Netflix tranquilos y yo estaba viendo lo que se decía en Facebook, en el grupo “Unidos por Ucrania. Había estado viendo las publicaciones todo el día y estaba muy impresionada con toda la historia. Y por la noche, alguien escribió que ya no había sándwiches en la Estación Norte y que los refugiados no tenían nada para comer. Así que le dije a mi esposo: Voy a la estación de tren a llevar algo de comida. Entonces, ambos nos subimos al coche, vinimos aquí, a la estación de tren, compramos sándwiches y desde ese día —pronto se cumplirán dos semanas desde entonces, creo, ni siquiera lo sé exactamente—, desde entonces, estoy aquí y mi esposo también me ayuda, hace las compras, lleva a los refugiados al hotel y ahora estoy esperando que me traiga cosas para bebés.
La mayoría de los que huyen de la guerra son mujeres con niños. Y pese a todo el esfuerzo de los voluntarios por acondicionar pequeños espacios de juego en las salas de espera solo para lograr que los pequeños vuelvan a sonreír, los signos de estrés postraumático son evidentes, dice Raluca Petru, psicóloga voluntaria:
De lo que se queja la gran mayoría de las madres refugiadas es de que los pequeños no consiguen salir a la calle, lo que es un síntoma clásico del estrés. Me encontré con una madre que tenía cuatro hijos de entre dos semanas y siete años, los cuatro extremadamente estreñidos. Este es uno de los primeros síntomas psicosomáticos en niños que he visto.
Es uno de los primeros síntomas, pero no el único, según explica la médica de cabecera Mara Lazăr, que acudió a la estación para echar una mano. Tras varias convocatorias realizadas por voluntarios en Facebook, en el grupo Unidos por Ucrania, los habitantes de la capital se ha superado donando todo tipo de medicamentos que se venden sin receta. Y así, se ha podido organizar un pequeño punto farmacéutico en la sala número 2, gestionado por Cruz Roja y médicos voluntarios como Mara Lazăr que, desde hace más de una semana, intentan curar el dolor de los refugiados.
Hay problemas sobre todo con los niños como resfriados, dolores de garganta, mujeres mayores con problemas cardiovasculares, hipertensión, también había gente con problemas diabéticos, pero lamentablemente no les podemos dar insulina. Y también están muy estresados y necesitan calmantes.
Como la gran mayoría de los que huyeron de la guerra, Tonia se fue sola, con una maleta y sus dos niñas, de 5 y 13 años. Alta, delgada, guapa, a pesar de sus ojeras y sus ojos llenos de lágrimas, cuenta cómo los rusos destruyeron por completo la ciudad natal de su abuela:
Mi abuela y el resto de mi familia son de Chernigov y esa ciudad casi ya no existe, ha quedado completamente destruida. Y cerca de Odesa está la ciudad sitiada de Mikolaiv. Me fui con algunas cosas básicas. No tuve la oportunidad de llevarme zapatos calientes. Nos pusimos en contacto con unos parientes lejanos que aceptaron llevarnos con ellos y dejarnos una habitación. Nos vamos en tren a Alemania.
Pero no todos los refugiados tienen un lugar adonde ir. De los 500 000 ucranianos que han llegado a Rumanía desde el inicio de la invasión rusa, más de 4000 han solicitado asilo político en nuestro país. Sin embargo, todos dependen de la ayuda de la sociedad civil y las autoridades estatales. Presente en la estación desde los primeros días del conflicto, la Dirección General de Asistencia Social del Municipio de Bucarest (DGASMB) coordina las acciones de movilización, tratando de responder lo más rápido posible a las necesidades de los refugiados. Mihai Iacoboaia, responsabe de la DGASMB:
Algunos solo quieren transporte, otros quieren también alojamiento. El alojamiento significa el paquete completo, por así decirlo: techo, comidas, cosas para la higiene corporal, absolutamente todo. Aquí hay personas que se inscriben como voluntarios, traductores o personas que ofrecen alojamiento, pero tratamos de evitar tales ofertas y dar prioridad al centro creado especialmente para el alojamiento centralizado en Bucarest y el transporte correspondiente cuando proceda. La sociedad civil nos ha ayudado desde el principio, lo que también incluye a ONG y voluntarios independientes que vienen, se inscriben y ayudan.
Si bien algunos refugiados evitan quedarse con desconocidos, otros, con más suerte, tienen amigos en Rumanía. Este es el caso de Irina, quien junto a otras dos mujeres de su familia y sus hijos, llegó para quedarse con Ana Maria Stroe y su esposo. Tienen una conexión especial con Ucrania después de que Ana Maria se sometiera a una FIV (fertilización in vitro) en un hospital de maternidad en Kiev. Allí conoció a Irina, quien, aunque en un principio no quería salir de la ciudad, terminó huyendo al ver que el bombardeo no cesaba, dice Ana Maria Stroe:
Al final nos llamó para decirnos que ya no podía más, sobre todo porque estaba embarazada y no creía poder llevar el embarazo a término, dado que el shock que estaba soportando era demasiado grande. Porque allí la situación es cada vez peor. Entonces les dije: no importa cuántos seáis, ¡venid todos! Los hombres no pudieron irse porque existe allí la regla de que a partir de los 18 años y hasta los 60 años no pueden salir de Ucrania, pero vinieron las mujeres con los niños. Fuimos a por ellos a Siret, venían en muy malas condiciones, después de un viaje de 40 horas en un tren que los llevó desde Poltava, a 300 km de Kiev, hasta Lviv, cerca de la frontera con Polonia y luego a Chernivtsí. Hicieron demasiado, en pésimas condiciones, con las cortinas del tren corridas para que la luz no saliera y se convirtiera en un blanco de los rusos, acostados sobre el equipaje. Les dijeron desde un principio que si llevaban demasiado equipaje los echarían del tren porque tenía que entrar la mayor cantidad de gente posible.
Sin embargo, en Rumanía, donde el salario medio es de 780 euros al mes, no todo el mundo puede permitirse acoger a refugiados o proporcionarles ropa y comida. Aun así, hay otras formas por las que cualquiera puede ayudar, dice Raluca Petru, psicóloga.
Lo mejor es darles calidez de espíritu, acogerlos lo mejor posible, una sonrisa hace mucho por ellos y el hecho de que podamos decírselo en un lenguaje familiar: “mantened la calma, todo irá bien, estáis a salvo. Los gestos más grandes, como ofrecerles algo dulce, o un chupete para un niño, o cosas que les pueden parecer un lujo, también importan mucho. Mucha gente ha traído juguetes. Los adultos reaccionan muy bien al hablar con ellos, tenemos una movilización ejemplar de traductores tanto de ucraniano como de ruso. Estas personas nos ayudan mucho y también ayudan a los refugiados a sentirse valorados, a sentirse más que simples números. No viene un tren con 600 personas, sino un tren con 600 almas.
Son poco más de las doce y media. A algunos de nosotros nos espera una tranquila tarde de domingo. Para otros, como Ilinca Ștefănescu, es solo un nuevo día al servicio de unas personas que lo han perdido todo. Obligada ella misma a abandonar Rumanía en la década de 1970 para escapar del régimen de Ceausescu, Ilinca, que vive en París desde hace 24 años, tiene lágrimas en los ojos cuando habla de los dramas que desfilan ante su mirada desde hace varios días.
Imagina el drama de estas personas; algunos solo con su ropa, sin nada más, en un estado psicológico frágil, especialmente los niños, que han visto lo que significan la guerra y las bombas. Otros de hecho huyeron de las bombas, conocí familias que no pudieron llevarse nada porque intentaban escapar de las bombas. No entiendo cómo hay gente que no reacciona, no es normal. Tenemos que ayudarnos, cada uno en lo que pueda, somos seres humanos y no podemos mirar hacia otro lado en estos momentos. Si hay alguien que no cree en la existencia de esta guerra, los espero en la Estación Norte, que se queden solo una hora para ver qué hacen los voluntarios aquí. Todos son extraordinarios.
Mientras las bombas continúan cayendo, los ucranianos continúan huyendo. Por eso hay una pregunta que no me da paz. ¿Qué se debería hacer para mantener alto el entusiasmo de los rumanos para que puedan seguir ayudando? Raluca Petru, psicóloga y voluntaria, tiene una solución:
Es muy importante el modo en que recibimos las donaciones y, si rechazamos algo, lo tenemos que hacer sin agresividad. Esto depende de nosotros, los voluntarios. De nuevo, lo que importa socialmente es la aceptación de que estas personas se encuentran en una situación límite. Comparaciones así como pero ¿por qué no ayudas tanto a los rumanos? no tienen cabida. Señoras y señores, a nosotros no nos caen bombas cada 5 minutos, nadie nos dispara ni nadie nos bombardea en los corredores humanitarios de evacuación. Y a la pregunta de si ellos nos hubieran ayudado a nosotros, sí, puedo responder con seguridad que ellos también nos habrían ayudado en una situación similar.
Sonidos de la estación
¿Una situación similar? No quiero ni imaginarlo. Es la una en punto y voy a salir de la Estación Norte, volver a casa y aprovechar lo que queda de fin de semana. Mientras tanto, Tonia y sus niñas arrastran una maleta detrás de ellas y esperan en un andén a que un tren las lleve a Alemania, hacia una nueva vida. (Ioana Stăncescu)