Club Cultura: Retratos en el Palacio Sutu
El Museo del Municipio de Bucarest presenta la exposición «Retratos: imagen y espejo», expuesta en el hermoso edificio histórico Palacio Suțu de Bucarest

Ion Puican, 29.03.2025, 17:15
Hasta finales de agosto de este año, el Museo del Municipio de Bucarest (MMB) presenta la exposición «Retratos: imagen y espejo», expuesta en el hermoso edificio histórico Palacio Suțu, en el centro de la capital. Ana Maria Măciucă-Pufu, comisaria de la exposición del Museo del Municipio de Bucarest, nos hizo un breve repaso histórico de este ambiguo género artístico: el retrato, a partir de la exposición «Retratos» en el Palacio Suțu:
«Practicado desde la Antigüedad, el retrato ocupa un lugar ambiguo en la jerarquía de los géneros, no conforme con el sentido moral de los críticos, que sólo ven en este género la glorificación de la vanidad personal. Durante el Renacimiento, la figura humana suscitó un interés creciente entre los artistas, siendo los retratos de finales de la Edad Media los de los soberanos, mientras que las personas comunes quedaban fuera del interés de este tipo de representación. Estas obras, frecuentes en el siglo XV, como el retrato flamenco, se limitaban a representaciones del rostro y los hombros, y la cara solía verse de perfil. En el siglo XVI, los grandes retratistas como Leonardo, Rafael y Tiziano amplían la superficie, adoptando formatos más grandes para pintar figuras masculinas y femeninas de medio cuerpo o incluso de pie. Es en este siglo cuando el retrato alcanza su madurez. En el Renacimiento, el enfoque temático respondía a la calidad del retratado y a la finalidad de la obra. El soporte técnico y los componentes se elegían en función de estas dos motivaciones. Así surgió el retrato psicológico con fines íntimos, que corresponde a la imagen física y psicológica de una persona corriente de la que no se sabe casi nada, que era lo contrario del retrato de personalidades, líderes clericales, etc., destinado a lugares públicos, caracterizado por la expresividad del rostro, pero en el que se hacía hincapié en la actitud del personaje y en los elementos del decorado. El retrato imperial era a menudo idealizado. Las estilizaciones, descubiertas en la modernidad, buscaban fundamentalmente hacer retratos de seres que no podemos imaginar carnales, carnosos, degradados por la edad. Los santos bizantinos, por ejemplo, rodeados de oro, son inmateriales, hieráticos, espiritualizados. Los personajes de las escenas alegóricas de la pintura de caballete, a menudo rodeados de luz y vegetación celestial, son figuras reales, idealizadas. También son memorables del Renacimiento las esculturas de rostro entero de los hermanos Médici, Giuliano y Lorenzo de Médici, en la Capilla de los Médici, donde los dos retratos no están tratados de forma realista según su parecido físico, sino según su personalidad y su espíritu. La pintura ha evolucionado. La fuerza y la novedad de los retratos y autorretratos actuales residen en los elementos sustanciales que subyacen a su realización, con un fiel respeto por la emoción artística. Ahora se tiende a esencializar el retrato físico, son los rasgos interiores los que importan y deben expresarse cuando miramos el rostro de un personaje».
Ana Maria Măciucă-Pufu opina lo siguiente sobre la exposición del Museo del Municipio de Bucarest:
«La exposición “Retrato: imagen y reflejo” tiene al menos dos vías de exploración. Por un lado, tenemos la línea vertical de la representación cronológica del retrato. Por otro, tenemos una línea horizontal de representación del retrato, a saber, uno imaginado, idealizado desde la estampa canónica hasta las abstracciones contemporáneas. Por separado, se puede descubrir una serie de pasajes de representación diferentes, que debemos a la evolución de la tecnología. El retrato estático, estudiado, de estudio o de oficina se yuxtapone al retrato inmortalizado al instante, donde la imagen del momento está siempre presente. También hemos incluido en nuestro relato representaciones lejanas del rostro retratado plásticamente, desde el desprendimiento de la imaginación, el parecido con los dioses o el patrón de belleza clásico, hasta la imagen real, valientemente cultivada por la civilización grecorromana. …»
La comisaria Ana Maria Măciucă-Pufu nos habla del retrato visto en el arte rumano, concepto revelado por la exposición en el Palacio Suțu, y concluye nuestra discusión con la conceptualización del retrato como acto de representación artística en forma de «máscara-persona»:
«Los retratos han despertado el interés de los pintores rumanos desde principios del siglo XIX, cuando la tradición occidental se hizo presente en el espacio rumano. Esta tradición se reflejó en el gran número de retratos realizados por los pintores rumanos primitivos, pintores peregrinos que iban en busca de encargos por Europa Central y Oriental, con estancias más o menos largas en nuestro país. Se les dio el estatus de fundadores y se les reconoció como precursores de la pintura rumana, siendo un ejemplo Constantin Lecca, que pintó retratos de personalidades de la alta sociedad. Después de ellos, los artistas interpretaron los rasgos del modelo según la corriente artística que representaban y o según las características del arte de la época en que realizaron su obra. Hoy en día lo llamamos autorretrato, pero el hombre antiguo se preocupaba a diario precisamente de lo que podía ofrecer u ocultar a través de su otra apariencia, la que tiene a mano y que remodelaba con cada etapa de la civilización. Una máscara. Podía elegir, como hoy, entre una máscara profesional, una oficial, una para el decorado cotidiano, otra para la representación, pero lo realmente relevante en la antigüedad romana, la «máscara», la otra cara se definía con la palabra «persona»,… La misma persona, pero un alter ego».
Concluyó la comisaria de la exposición «Retratos» en el Palacio Suțu, Ana Maria Măciucă-Pufu.