Bodas con la indumentaria tradicional
Un sentimiento de devoción se apodera de uno cuando cruza el umbral del Museo Etnográfico del Monasterio de Nămăiești (pueblo de Nămăiești, provincia de Argeș, centro meridional de Rumanía). Y no porque se trate del museo de un monasterio, sino porque las piezas que aquí se exponen esconden cientos de días de trabajo, en cada traje popular que se exhibe. Nos adentramos en un ambiente de cuento, como si nos recibieran verdaderos cortejos nupciales, con cientos de maniquíes vestidos de pies a cabeza con la indumentaria tradicional. La madre Lucia Nedelea, madre superiora del monasterio de Nămăiești, nos ha hablado sobre los inicios de este museo:
România Internațional, 07.12.2021, 11:29
Un sentimiento de devoción se apodera de uno cuando cruza el umbral del Museo Etnográfico del Monasterio de Nămăiești (pueblo de Nămăiești, provincia de Argeș, centro meridional de Rumanía). Y no porque se trate del museo de un monasterio, sino porque las piezas que aquí se exponen esconden cientos de días de trabajo, en cada traje popular que se exhibe. Nos adentramos en un ambiente de cuento, como si nos recibieran verdaderos cortejos nupciales, con cientos de maniquíes vestidos de pies a cabeza con la indumentaria tradicional. La madre Lucia Nedelea, madre superiora del monasterio de Nămăiești, nos ha hablado sobre los inicios de este museo:
«Se me ocurrió la idea de construir un pequeño museo, pero no tenía mucho que exponer. Entonces fui a la casa de mi madre, teniendo en cuenta que provengo de una familia de tradiciones, donde se llevan trajes tradicionales. Le conté a mi madre qué pretendía hacer y decidió darme todos los trajes, excepto uno, que le gustaría llevar durante su entierro. En aquel momento, traté de mostrarle a mi madre el valor de la indumentaria tradicional. Le dije que de eso consta la tradición, es el carnet de identidad del pueblo rumano, que hay que promover, admirar y mantener. Le conté que, en primer lugar, para mí esta indumentaria tiene un valor artístico, luego tiene un valor sentimental, y también considero que tiene un valor espiritual. Para mí es un icono. No recuerdo qué más le diría a mi madre entonces. Mi madre me dio sus cosas y, luego, les pedí, a ella y a sus amigas ancianitas, en la iglesia, que preguntaran quién más quería donar algo. Les dije que aquellas que donaran aparecerían en el libro de fundación del monasterio y se las recordaría en la santa liturgia. Mi madre acabó convenciendo a muchas ancianas.»
El novio, la novia, las madres, los padres, los abuelos, los padrinos, el sacerdote y el diácono, todos vestidos para la celebración, están reunidos en la sala donde se representa la primera boda. La abadesa nos lo ha contado:
«En la primera boda representada tenemos trajes típicos que tienen 130, 150, 150, 130, 160, 150 y 160 años. Tengo maramas —velos finos, con los que las mujeres del campo se cubren la cabeza al llevar el traje nacional— de 200 años y 150 años de antigüedad. Tengo algunas maramas elaboradas aquí mismo por las monjas. Aquí hemos tenido a artistas, a verdaderas maestras de la aguja, que nos han hecho famosas más allá de las fronteras. En la iglesia verán el santo epitafio, un bordado de hilo de oro y plata, encargado por la reina María, elaborado aquí, en el monasterio de monjas. Su Majestad lo encargó, lo compró y luego lo donó al monasterio, para que las monjas pudieran elaborar otras obras maestras.»
Más tarde, al descubrir que también dispone de un viejo mandil de esposa de sacerdote, organizó una segunda boda, la del hijo del sacerdote, con otro despliegue impresionante de trajes tradicionales, con bordados complejos, de seda fina, de una belleza nunca vista. Todas estas prendas, después de recibirlas, las han tratado con sumo cuidado, con el fin de recuperar su antiguo esplendor, tal y como nos ha contado la madre Lucia Nedelea:
«Para cada pieza es posible que intervengamos unas cinco o seis veces: las lavamos con agua de lluvia y jabón casero, pero no se limpian a la primera, así que probamos una segunda, una tercera vez, hasta que alcanzamos el estado en el que las ven ahora.»
Del mismo modo, con la ayuda de su madre, la madre Lucia Nedelea calzó a los maniquíes con sus zapatos tradicionales y empezó a escribir en verso la historia de las bodas representadas con maniquíes:
«Después de representar la primera boda, mi madre se acordó de su niñez, cuando escribió algunos versos, y me cantó una cancioncilla, cuando fui a su casa. Me dijo que tal vez debería intentar, yo también, crear algunos versos para las bodas que he representado, una pequeña poesía. Así se me ocurrió la idea de comenzar con la primera boda, luego compuse la segunda. Cuando acabé los poemas, hice una presentación del museo en verso e intenté redactar un primer poema para San Basilio. También he escrito un libro con la vida de los santos en verso y, si Dios me ayuda y me da salud, comenzaré el segundo volumen.»
En este museo también se encuentra la camisa tradicional, elaborada en este monasterio, que fue premiada en la Exposición Universal de París de 1889, exposición con motivo de la inauguración de la Torre Eiffel. Así, la madre Lucia Nedelea ha seguido presentándonos piezas únicas del museo:
«Esta es la camisa tradicional que se llevó la medalla de oro en aquel entonces. Y aquí he creado un rincón para mis predecesoras. Esta es la madre superiora que me abrió las puertas del monasterio hace 46 años. Lleva un abrigo de mohair de verdad, tejido aquí en el monasterio, que tiene más de cien años. Y aquí tenemos a una personalidad histórica: la madre Mina Hociotă, presente en las dos guerras mundiales. Era una persona muy especial, una mujer fuera de lo común. Era carismática, valiente, fuerte, inteligente y altruista. En la Primera Guerra, estuvo en primera línea de las trincheras, sacando a los heridos, enviándolos al hospital, a la enfermería o tratándolos in situ. Tenía amplios conocimientos de medicina, a los que luego recurrirían los médicos de la zona. Por todos sus méritos, recibió la Cruz Conmemorativa de la Guerra —distinción conmemorativa rumana instituida por el rey Fernando I el 8 de junio de 1918, concedida a todos los participantes en la Primera Guerra Mundial—, la ascendieron al grado de caballero, alcanzó el grado de subteniente y, durante un período breve, también fue comandante. Por todos estos motivos, recibió una gran cantidad de medallas, distinciones y condecoraciones, entre las cuales, la más importante, la Estrella de Rumanía, la orden nacional más antigua del país, cuya distinción han recibido tan solo tres mujeres.»
El museo también presenta la ropa del día a día de los vecinos del pueblo y los trajes populares de las mujeres, en función de la edad y el estado civil: las jóvenes llevan pañuelos de colores, las casadas, pañuelos con motivos florales, pero sobre fondo negro. Al mismo tiempo, la madre Lucia Nedelea cuenta con alegría, en verso, la historia de cada traje, mientras las personas representadas en el museo cobran vida una y otra vez.
Versión en español: Víctor Peña Irles