Titus Gârbea, testigo de la historia escandinava
Durante el trascurso de su vida, las personas terminan en los lugares más inesperados y son testigos de eventos imprevistos.
Steliu Lambru, 25.07.2022, 14:03
A lo largo de su vida, las personas terminan en los lugares más inesperados y son testigos de sucesos imprevistos. Al general centenario Titus Gârbea le quedaría bien el sobrenombre de un rumano en el norte de Europa que vio cómo se desarrolló la historia allí durante la primera mitad del siglo XX. Gârbea nació en 1893 y murió en 1998, a la edad de 105 años. Luchó en la Primera Guerra Mundial y fue nombrado agregado militar en Berlín entre 1938 y 1940, y de 1940 a 1943 fue agregado militar en Estocolmo y Helsinki. Sirvió en el frente de la Segunda Guerra Mundial, fue condecorado y en 1947 fue puesto en la reserva. Desde su cargo diplomático tuvo contactos con algunas personalidades de la historia del norte de Europa como el rey Gustavo V de Suecia y Alexandra Kollontai, embajadora soviética en Estocolmo.
El Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana tuvo la oportunidad de hablar con Titus Gârbea en 1994, cuando tenía 101 años. El general recordó el momento en que el rey Carol II lo nombró representante de Rumanía en Escandinavia.
«Finlandia es un país pequeño con cuatro millones de habitantes, pero con gente digna y honesta, se puede contar con su palabra. Y el rey Carol II me llamó y me dijo: ¿Podrías ir a los países nórdicos? Estaba en Berlín en una misión muy difícil, y al mismo tiempo tenía cerca Berna, es decir, Suiza y los Países Bajos. Le dije: Su Majestad, puedo ocuparme de ello, refiriéndome al servicio, pero el desplazamiento será muy costoso, ¡porque a menudo tendré que viajar en avión! Y así me nombraron agregado militar también en los países nórdicos y en los países bálticos, es decir, se me añadieron unos cinco o seis países más. ¡Estaba todo el tiempo en la carretera, viajando! Pero me hice cargo y envié información muy importante para nuestro país y su futuro, porque el peligro nazi también había comenzado en nuestro país».
Familiarizado ya con el espíritu nórdico, Gârbea circulaba entre las capitales sueca y finlandesa. Pero en los Estados bálticos, ocupados por los soviéticos en 1940, su recepción no fue la que esperaba.
«Mi servicio me obligaba a ir a Estocolmo y Finlandia de vez en cuando. La misión fue muy difícil porque Berlín tenía el control de toda Europa. Fui destinado a los países nórdicos, a los cuatro: Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega. Además, me ocupaba también de los tres países bálticos, donde los comunistas que estaban en estos tres países nos veían como una bestia negra. Nuestros amigos estonios, muy amables, me advirtieron: ¡Señor, no salga de casa por la noche porque los rusos, que pululan por todas partes, están en estado de pura maldad! Bueno, escapé, no pasó nada, pero yo era la bestia negra».
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, se encontraba Gârbea justo en la línea divisoria entre los polacos y los soviéticos que estaban listos para ocupar Polonia. Allí tuvo contacto con la antipatía soviética hacia los rumanos.
«En 1939, después de que la Alemania de Hitler y la Rusia de Lenin, mano a mano, simplemente aplastaran Polonia, yo estaba allí mismo, en el frente. Fui a Brest-Litovsk, donde iban a venir los rusos. En su combinación, Brest-Litovsk sería para Rusia y el resto, en el oeste, quedaría en manos de Alemania. Y cuando llegué a Brest-Litovsk y me puse en contacto con los rusos que habían venido allí (nosotros como diplomáticos teníamos cierta libertad), uno de los rusos (¡qué groseros pueden llegar a ser!), me dijo: ¡Ya vendrá también vuestro turno! Me amenazó a mí, que era agregado militar. ¡¿Cómo podía responder a esta impertinencia, siendo él un oficial, un coronel?! ¡Y nos llegó también a nosotros el turno!»
En el mismo año turbulento de 1940, Gârbea estaba en Suecia cuando comenzó la guerra de invierno entre Finlandia y la Unión Soviética. La pequeña Finlandia mostró un heroísmo fuera de lo común frente al coloso soviético que la había invadido. Gârbea quiso destacar la valentía finlandesa y la simpatía que le mostró el mundo entero.
«Yo estaba en Estocolmo y en Finlandia cuando estalló esta guerra. Desde allí seguíamos las operaciones rusas en Finlandia, aquel invierno duro, del año 39-40, durísimo, cuando el aliado natural de los finlandeses les ayudó mucho y mantuvieron el frente. Pero en la primavera, cuando comenzó el deshielo, la enorme cantidad de grandes unidades de aviación abrumó a los pobres finlandeses, que sumaban solo cuatro millones. ¡Era un mosquito luchando contra un caballo! Porque en ese momento, debo decir, Rusia fue culpada y condenada al ostracismo por todo el continente por lo que había hecho, porque había atacado a la pobre Finlandia con una fuerza considerable para ocuparla completamente. Una porquería rusa, como tantas otras que nos hicieron también a nosotros en 1877 y después».
El rumano Titus Gârbea fue testigo de una parte de la historia, lejos de su país. Pero también fue una historia personal en la misma medida.