Rumanía y Josip Broz Tito
El sentimiento de amistad entre las naciones, especialmente las socialistas, fue cultivado asiduamente por la propaganda comunista y mucha gente todavía cree en él. Pero las lecciones de la historia demuestran lo contrario: cuando un país necesitaba ayuda de una nación considerada amiga, la mayoría de las veces no la recibía.

Steliu Lambru, 07.04.2025, 12:33
Antes de 1989, los rumanos miraban con envidia a los yugoslavos y apreciaban a su líder Iosip Broz Tito. En comparación con la mayoría de los líderes de la Europa socialista, el yugoslavo era liberal: permitía a sus propios ciudadanos viajar sin restricciones a Europa Occidental, las carencias en el país vecino al otro lado del Danubio no eran enloquecedoras, los ciudadanos yugoslavos podían incluso tener pequeños negocios. Desde Yugoslavia, los productos de primera necesidad pasaban a Rumanía, inmediatamente adquiridos por el mercado rumano, que sufría una gran escasez. Y los programas de la televisión yugoslava eran seguidos con pasión por los rumanos que tenían acceso a estos. Es por eso que las guerras en la antigua Yugoslavia después de 1989 fueron una gran sorpresa para la mayoría de los rumanos.
Rumanía y Yugoslavia habían estado unidas antes de 1945 y previamente a la instalación del comunismo. Ambos países formaban parte de las alianzas regionales de seguridad la Pequeña Entente, firmada en 1921, y la Entente Balcánica, rubricada en 1934. Y la reina María de Yugoslavia, la esposa del rey Alejandro I de Yugoslavia, era hija del rey Fernando I de Rumanía y de su esposa María.
Sin embargo, las estrechas relaciones entre Rumanía y Yugoslavia se deteriorarían repentinamente en 1948 cuando se produjo una ruptura entre Stalin y Tito. Todos los países satélites de la Unión Soviética se pusieron del lado de Stalin, llamando a Tito traidor a la causa del socialismo y agente del imperialismo occidental. Rumanía tampoco fue una excepción, en la frontera entre ambas hubo incluso desafíos que hoy parecen ridículos. El diplomático Eduard Mezincescu, entrevistado por el Centro de Historia de la Radiodifusión Rumana en 1994, fue el protagonista de un episodio de este tipo en el verano de 1949.
«Estábamos decididos a destruir a los yugoslavos, por supuesto, y una de las armas que se utilizó muy inteligentemente para este propósito fui yo. Alexandru Drăghici, el ministro del Interior, que había heredado la Sección Administrativo-Política del Comité Central del Partido Comunista Rumano (PCR), me llamó. Esta sección se ocupaba de los problemas logísticos. Pero detrás de esta fachada logística había una sección de contrainteligencia. Drăghici me dijo: Mira, se decidió que debías ir y hacer esto ¿De qué se trataba? Fuimos a Orşova, donde el Danubio se cruza entre nosotros y los serbios, en las aguas territoriales. Allí seguía anclada una barcaza en la que se montaron altavoces de embudo hacia la costa yugoslava. En la orilla opuesta me colocaron frente a un micrófono donde leí un discurso vitriólico contra Tito. No reaccionaron, también resistieron esta agresión nuestra».
Pero después de la muerte de Stalin en 1953, las relaciones rumano-yugoslavas se normalizaron. En 1968, en el contexto de la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia contra las reformas en Checoslovaquia y del hecho de que el líder rumano Nicolae Ceaușescu se había opuesto a la intervención, había un gran temor en Bucarest de que los soviéticos también intervinieran en Rumanía. Así, los rumanos buscaban aliados y Tito parecía ser uno de ellos. El diplomático Ion Datcu fue enviado especial del gobierno rumano a Australia y en 1994 contó la historia cuando presenció una declaración de Iosip Broz Tito.
«Tuvimos una reunión con la prensa en la que las preguntas fueron: ¿cómo hemos resistido y cuánto tiempo más resistiremos a las presiones soviéticas? Y dije que, así como hemos resistido durante tantos cientos de años, seguimos resistiendo. No sabía exactamente lo que estaba pasando, me imaginaba que la parte difícil había pasado, es decir, ahora era imposible que los soviéticos procedieran con la segunda invasión. Recuerdo un comentario de Tito sonriendo. En una discusión en la que participé nos dijo: si debemos agradecerles, es solo porque entre el Prut y el Bega los tanques soviéticos tienen que viajar durante unas pocas decenas de horas. Así que éramos un estado tapón para Yugoslavia. Aunque los yugoslavos también pensaban en ello, se lo garantizo».
Paul Niculescu-Mizil era un amigo cercano de Nicolae Ceaușescu. En 1997, recordó que Rumanía, en 1968, estaba sola frente a la amenaza soviética.
«Nuestros amigos chinos, Ciu En Lai, vino personalmente a la embajada rumana y dijo: Lo haremos, lo arreglaremos. Pero al mismo tiempo, Mao Zedong hizo la histórica declaración El fuego no se ha extinguido ni mucho menos. ¡Y comprendí muy bien que los chinos no arriesgarían sus vidas por esta Rumanía desafortunada, por muy amigos que fuéramos! Yo personalmente estuve en casa de Tito; Ceauşescu me envió varias veces a Tito para obtener información. Y Tito, ¿saben lo que me dijo cuando le pregunté “si pasa algo y tendremos que recurrir a las armas y estaremos en una situación complicada?” ¿Saben cuál era la posición de Yugoslavia? Que recibían a los dirigentes rumanos, le daban el derecho de asilo, ¡pero sin armas! ¡Ni siquiera armas blancas, es decir, ni siquiera cuchillos en el bolsillo! Así que no quiero oír hablar de personas valientes como estas».
Las relaciones entre Rumanía y la Yugoslavia de Tito eran las de su época. Y los nuevos tiempos significan que el realismo en las relaciones amistosas entre las naciones es una buena lección.
Versión en español: Mihaela Stoian