Los fanariotas en el espacio rumano
El siglo XVIII es conocido en la historia de Rumanía como “el siglo fanariota según el nombre del barrio Fanar de Constantinopla, de donde procedían los príncipes de Valaquia y Moldavia.
Steliu Lambru, 16.07.2018, 17:28
El siglo XVIII es conocido en la historia de Rumanía como “el siglo fanariota según el nombre del barrio Fanar de Constantinopla, de donde procedían los príncipes de Valaquia y Moldavia. Traducido al lenguaje de la historiografía universal, el siglo fanariota rumano se llamaría l´ancien régime. Considerado por el período romántico como un siglo de corrupción y decaimiento generalizado, los historiadores actuales creen que fue también un siglo de cultura y de búsquedas.
Los fanariotas eran miembros de las familias aristocráticas griegas ricas que se dedicaban al comercio en la capital otomana. Los fanariotas controlaban la Iglesia patriarcal ecuménica y habían penetrado también en la jerarquía administrativa otomana donde ejercían el oficio de dragomán o intérprete de la Sublime Puerta y de las embajadas de la capital otomana. Desde el punto de vista cultural, la época fanariota corresponde a la penetración del estilo de vida oriental y de sus costumbres, y con la consolidación del cristianismo ortodoxo de lengua griega en todas las áreas de influencia de los turcos. A veces, el siglo fanariota fue denominado el siglo bizantino. De hecho, el siglo fanariota empezó en la segunda mitad del siglo XVII y otros historiadores lo consideran como el correspondiente oriental del barroco.
Formalmente, los fanariotas aparecieron en nuestra historia en 1711, en Moldavia, tras refugiarse el último príncipe, Dimitrie Cantemir, en Rusia y en Valaquia en 1716. Durante más de un siglo los tronos de los dos principados rumanos fueron ocupados por varios príncipes de familias de origen griego como Mavrocordat, Caragea, Sutu, Mavrogherni, Moruzi, de origen albanés, como los Ghica, pero también de familias mixtas como los Callimachi o rumanas puras como Racovita y Sturdza.
Se considera que el atraso económico y la falta de reformas económicas en la sociedad rumana fueron causados por las influencias orientales y fanariotas pero es igualmente verdad que de las filas de los fanariotas se reclutaron también las nuevas élites nacionales que respaldarían la modernización y la liberación de la sociedad rumana de las antiguas costumbres. La historiadora Georgeta Penelea Filiti subraya las percepciones que han quedado vivas hasta hoy en día acerca de la herencia fanariota que formalmente desaparecería en 1821 después de la revolución encabezada por Tudor Vladimirescu:
“Las investigaciones efectuadas en relación con la historia de Rumanía destacan que existen dos épocas de interés máximo. Una de ellas es la época antigua cuando los dacios y los romanos vivían en este territorio en tiempos del Imperio y la otra es la época fanariota. La antigüedad fue una época gloriosa pero la época fanariota es de criticar. Los fanariotas hicieron todo el mal posible. Dicen que en el presente somos así a causa de los fanariotas. Por supuesto que nuestra mentalidad actual no es obligatoriamente una consecuencia de la época fanariota pero el hombre se contenta con echar la culpa al otro sin pensar en sus propios errores. Esta imagen fue creada por la historiografía romántica encabezada por Balcescu y Kogalniceanu. Hubo también griegos que acusaron a los fanariotas, pero hacia finales del siglo XIX llegó Nicolae Iorga que trató de aclarar las situación.
Las capitales de los dos principados, Bucarest y Iasi, era dos capitales orientales según el modelo de la época en el peor sentido de la palabra. Las escasas fuentes iconográficas del siglo XVIII nos presentan dos capitales en que predominan las casas de dimensiones reducidas y varias iglesias a orillas de unos ríos de modesta importancia. Al siglo siguiente, las dos capitales comienzan a adquirir cierta identidad urbana. La capital de Valaquia es representativa para aquel período porque era la mayor ciudad, el punto de encrucijada de los intereses económicos y después del año 1800, de los intereses políticos de las grandes potencias europeas como Francia y Gran Bretaña. La Bucarest de comienzos de siglo XIX era una mezcla de etnias, un nudo económico en desarrollo, de categorías sociales en evolución, de reformas, de crisis de autoridad y de instituciones en plena formación. Las élites ideaban fórmulas estatales y buscaban respaldo en las cancillerías de las grandes potencias. En gran medida la fisionomía de la ciudad de Iasi, capital de Moldavia, correspondía a la de Bucarest.
La historiografía rumana no abunda en interpretaciones favorables a la época fanariota pero en los últimos años algunos autores han revisado el período y han analizado la época con mayor objetividad. Georgeta Penelea Filiti considera que ha llegado la hora de devolverle al siglo XVIII el lugar que se merece en la historia:
“Tudor Dinu no se propone elogiar o denigrar la época de los fanariotas sino presentar la historia de Bucarest bajo todos sus aspectos. Cuando uno estudia la vida de la capital en el siglo XVIII no puede descartar la influencia y la contribución de aquellos griegos. Y esto porque en el espacio rumano existen varios elementos dinámicos, a saber, los griegos, los judíos y los armenios. De todos éstos, los rumanos se acercaron más a los griegos. Esta relación anímica entre los griegos y los rumanos se reforzó mucho en aquel período. Los comerciantes, el movimiento comercial, el mercado bucarestino formaron el punto de confluencia de unas corrientes de ideas inesperadas y por encima de todo esto estaban los príncipes fanariotas. Es una imagen equilibrada, correcta y nueva para muchos.
Rumanía se separó del Fanar hace dos siglos. La herencia de éste sigue centrando la atención, y la pluralidad de opiniones no es más que una señal de madurez y desapego.