Los campos de concentración en la región de Bărăgan
Una zona escasamente poblada desde siempre, pero muy fértil desde el punto de vista agrícola, Bărăgan fue un lugar elegido por el régimen comunista para castigar a unas 40 000 personas a las que consideraba enemigos de clase.
Steliu Lambru, 11.11.2024, 11:52
Una zona escasamente poblada desde siempre, pero muy fértil desde el punto de vista agrícola, Bărăgan fue un lugar elegido por el régimen comunista para castigar a unas 40 000 personas a las que consideraba enemigos de clase. Todos los testimonios de quienes pasaron varios años de su vida en esta parte oriental de la llanura rumana, algunos de ellos registrados por el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana, describen las mismas condiciones de vida en la década de 1950.
En 1951, el régimen comunista comenzó a enviar ciertas categorías de personas a Bărăgan, personas que tenían que ser castigadas por lo que eran: campesinos medios, algunos miembros de las minorías alemana, serbia, húngara, arrumana, y rumanos de Besarabia que habían huido de esta región ocupada por los soviéticos en 1944. Entre ellos se encontraba la alumna Elena Boroș, refugiada de Besarabia con sus padres, en el oeste de Rumanía, en el Banato:
«Yo estaba en Sânnicolau Mare, en la escuela técnica agrícola, cuando se llevaron a mis padres. Luego, en una noche, no solo en Banato y Mehedinţi, en la misma noche los recogieron a todos. Pero por lo que me contaron mis padres, a las 12 de la noche vino un guardia de seguridad y un miliciano y les dijeron que hicieran las maletas porque tendrían que marcharse. Al día siguiente recibí una llamada telefónica de mi padre y me dijo que volviera a casa urgentemente, en el primer tren, y que no los encontraría en casa, sino en la estación. Cuando llegué a la estación, mis padres ya estaban con su equipaje en el andén esperándome. Después de llegar, nos metieron inmediatamente en el vagón y nos fuimos».
El miedo de la gente era máximo. No sabían adónde los llevaban, vivían aterrorizados ante el espectro de ser devueltos a la Unión Soviética y enviados a Siberia. Elena Boroș recuerda sus primeras impresiones sobre el rumbo que tomaría su vida:
«Cuando llegué aquí por la mañana, a Nicoleşti-Jianu, el tren se detuvo. Mi padre le preguntó al guardia de seguridad que vio que el tren se había detenido en una vía muerta si no seguíamos adelante. El guardia de seguridad nos dijo que nos quedaríamos allí. Llegaron unos camiones vacíos, le quitaron a cada uno el equipaje que tenían, nos subimos a un camión que nos llevó a Satu Nou (n. red: Aldea Nueva). De hecho, no había una aldea nueva, era un campo baldío. Se trazó el pueblo, con calles y lugares para las casas, donde estaría cada parcela de 2500 metros. Algunos, donde se detuvieron, vieron que el lugar estaba vacío y se sentaron allí. Donde nosotros paramos había trigo sembrado, pero había unas estacas alrededor, y dijimos que nos quedábamos allí. Descargamos y nos quedamos a cielo abierto. Y nos preguntábamos qué íbamos a hacer».
La primera noche durmieron a cielo abierto, cubiertos con mantas y alfombras. Al día siguiente comenzaron a hacer sus casas, las primeras fueron las chozas. Luego cavaron pozos para obtener agua. Después de una semana, las autoridades llegaron y enviaron a la gente a una granja para trabajar en la cosecha de algodón.
Vasile Neniță también fue deportado a Bărăgan cuando era niño. Y recordó el desierto en el que había terminado con sus padres y otros afectados por el destino.
«Hacía mucho calor en Bărăgan. No había agua, solían traernos agua en camiones cisterna desde Borcea y la gente iba a por agua y la bebíamos durante mucho tiempo. Mucha gente se enfermó por esa agua. Lo más doloroso que recuerdo, todavía era un niño de 11 años, fue que en el primer año había un cementerio muy grande. Muchos no sobrevivieron a ese invierno, especialmente los ancianos de Banato. El clima en Banato era templado, había un clima frío. Era un invierno duro y no pudieron resistir. Mucha gente murió. Y esto sucedió en todas partes, y en el resto de los pueblos de Bărăgan, no solo aquí. No había nada en Bărăgan, solo un campo baldío. Se podía ver un árbol a 100-200 metros de distancia. ¡Esto era Bărăgan, hasta donde alcanzaba la vista era un campo! Y cuando llegaron esos vientos y torbellinos, como en la novela Los cardos de Bărăgan, fue aún más».
Vasile Neniță también recuerda el momento en que la propia Ana Pauker, ministra de Relaciones Exteriores del gobierno comunista, hizo una visita para instar a los deportados a construir viviendas:
«Llegó en helicóptero y aterrizó allí. Antes vino la milicia y tocó el tambor en el pueblo para que todo el mundo se reuniera en un lugar determinado. No sabíamos para qué, y allí también nos dijeron que teníamos que construir casas. E hicieron equipos de 8-10 personas y se estableció el orden de construcción de las casas. Se hacían de tierra batida, se colocaban tablones y se vertía tierra. Golpeaban con la maza hasta concluir el muro. Y las casas tenían dos habitaciones y una cocina, cubiertas. Nos trajeron la carpintería, el tejado y el junco».
Después de 4 años de privaciones extremas, en 1955, las autoridades permitieron que los deportados se fueran a donde quisieran. La mayoría de ellos optaron por volver a visitar sus lugares de origen, dejando atrás una experiencia de vida extrema.
Versión en español: Mihaela Stoian