El paso de los soviéticos por Rumanía
Rumanía entró en la Segunda Guerra Mundial en junio de 1941 junto con Alemania, para recuperar los territorios anexionados por la URSS el año anterior.
România Internațional, 14.03.2022, 11:48
Rumanía entró en la Segunda Guerra Mundial en junio de 1941 junto con Alemania, para recuperar los territorios anexionados por la URSS el año anterior. Después de más de 3 años de lucha, el 23 de agosto de 1944, Rumanía abandonó la alianza con Alemania y se unió a la coalición de las Naciones Unidas. Sin embargo, el contacto inmediato con el ejército soviético fue brutal y dejó un fuerte nerviosismo en la sociedad rumana. Desde acosos menores hasta homicidios, los soviéticos cometieron todo tipo de delitos: robos, destrucciones, secuestros, violaciones y asesinatos. Numerosos testimonios orales y documentos escritos atestiguan la violencia que cometieron desde mediados de la década de 1940. Y el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana conserva muchos testimonios sobre los abusos cometidos entonces por los ocupantes soviéticos.
En 1944, el escritor Dan Lucinescu era un joven oficial, y en el año 2000 recordó cómo se burló de él un suboficial soviético en el centro de Bucarest.
Una vez conocí a un hombre ruso que me puso una pistola en el pecho. Después de que le dije que no entendía lo que quería, deduje por sus gestos que me culpaba por no saludarlo. Le dije que yo era un aprendiz de oficial y él era un suboficial, así que él tenía que saludarme a mí. Me dijo que diera un paso atrás, amenazándome con un arma, y que marchara desfilando para saludarlo. Me dije que tenía que dejar en paz a ese loco, retrocedí tres pasos y lo saludé. Era muy fácil para él descargar esa pistola sobre mí.
Sin embargo, el acoso al que fue sometido Lucinescu no fue nada comparado con lo que vio con sus propios ojos unos días después, también en el centro de Bucarest.
“Una chica iba caminando por la calle, era una estudiante de secundaria, una adolescente. Alrededor había camiones con rusos. Y en un momento vi cómo la agarraban y la ponían en medio de ellos, con su maletín de la escuela y todo, y se puso a gritar a voz en grito. Se fueron con ella, yo me quedé donde estaba, por supuesto que nadie intervino. Iban armados hasta los dientes.
El coronel Gheorghe Lăcătușu luchó en el ejército rumano junto a los soviéticos contra los alemanes. En 2002, recordó cómo se comportaron los soviéticos con todo lo que caía en sus manos.
Los soviéticos tenían de todo: trenes, medios de transporte confiscados de la población, confiscados del ejército alemán, confiscados de nosotros, el ejército rumano. Si no tenías las así llamadas aprobaciones, los rusos te quitaban hasta los caballos si no tenían un número de serie en las pezuñas. Nos dijeron que se los habían quitado a los alemanes. Eran botines de guerra, y no teníamos ningún derecho sobre ellos.
El coronel de gendarmería Ion Banu contó en 1995 cómo un soldado soviético le quitó el reloj, en una calle cercana a la actual sede de Radio Rumanía. También allí, en la acera, se podía ver el cuerpo de un soldado rumano ejecutado por los soviéticos.
¡Estaban tan ridículos cuando regresaron de Alemania! Todos tenían dos o tres relojes en la muñeca. Y yo vi, y no exagero, a un ruso ¡con un despertador colgado al cuello! Estaba en un estanco, quería comprar un sobre para escribir a mis padres. Tenía un reloj muy bonito que había recibido como regalo. Cuando extendí la mano, un ruso que pasaba junto a una columna de cosacos con unos caballos extraordinariamente pesados y sólidos, se acercó a mí. Vio mi reloj y me dijo que se lo diera: «davai, davai! (¡venga, venga!)». Oye, amigo, yo también tenía un arma. Le digo: ¡Es mío! Pero él se apresura y me lo arrebata. Tenía una metralleta, se lo di y me quedé sin reloj. No se ponían a negociar, te disparaban de inmediato. ¡Vi a muchos así! Vi en la calle Cobălcescu —me duele cuando lo recuerdo— un coronel rumano fusilado con su esposa a su lado. Estaba tirado en la acera disparado por los rusos. Se dedicaban a todo tipo de actos como este: se llevaron a una mujer que iba con un hombre, como los salvajes. Se la llevaron, se burlaron de ella y a él le dispararon.
El profesor Vasile Gotea de Șieuț, Bistrița-Năsăud, era un oficial del ejército rumano. En el año 2000, confesó cómo los soviéticos estuvieron a punto de dispararle tres veces.
Casi me disparan tres veces. Venían sus tropas en desorden después de cruzar la línea del frente y caminar por las aldeas. Encontraron un poco de vino aquí, arriba de mi casa, en un granero. En realidad, eran unas uvas que estaban ahí guardadas. Y pidieron vino, que les diera yo vino. Les dije que no tenía de dónde dárselo. Y querían dispararme. Otra vez me llevaron a la parte de atrás de la escuela, me pusieron el revólver en el pecho, me indicaron que levantara las manos: me registraron los bolsillos, me quitaron el reloj y todo lo que encontraron. En otra ocasión, un hombre pasaba con un carro tirado por bueyes del campo y 16 mujeres rusas se subieron encima. En el centro del pueblo me opuse a que les llevara adonde ellas quisieran. Y entonces todas las mujeres rusas me apuntaron con sus armas, listas para dispararme. Si hacía un movimiento, estaba muerto. Me quedé callado y dejé que el carro se fuera con ellas.
El encuentro de los soviéticos con Rumanía fue violento y dejó dolorosos recuerdos y resentimientos. La historia, al menos, no los olvidará.