El Partido Comunista Rumano en ilegalidad
El final de la Primera Guerra Mundial, lejos de calmar los ánimos caldeados que la habían desencadenado, alimentó nuevas rabias y obsesiones, y las soluciones extremas se consideraron las más adecuadas.
Steliu Lambru, 02.12.2024, 13:39
Así, el extremismo de izquierda y de derecha, el comunismo y el fascismo, monstruosas creaciones de la guerra, llegaron a dominar la mente de muchas personas. Una peculiaridad de la Gran Guerra fue que ni los vencedores podían disfrutar de su victoria ni los vencidos renunciaban a la venganza. Fue necesaria la Segunda Guerra Mundial para que las energías destructivas se consumieran.
Los nuevos estados que surgieron después de 1918 tomaron medidas contra el extremismo y para asegurar las fronteras. El Reino de la Gran Rumanía, también creación del sistema de Versalles, tomó duras medidas para liquidar las manifestaciones extremistas que ponían en peligro su existencia y funcionamiento.
El 6 de febrero de 1924, hace más de 100 años, el gobierno liberal dirigido por Ion I. C. Brătianu adoptó la ley sobre personas jurídicas en base a la cual las organizaciones extremistas eran ilegales. Las dos principales organizaciones atacadas fueron la Liga para la Defensa Nacional-Cristiana, de extrema derecha, fundada en 1923, y el Partido Comunista Rumano, de extrema izquierda, fundado en 1921. El artífice de la ley, de quien tomó su nombre, fue el ministro de Justicia Gheorghe Gh. Mârzescu, abogado y alcalde de Iași durante los años de la guerra.
Si la extrema derecha se reinventó en 1927 con la fórmula del Movimiento Legionario y pudo funcionar legalmente con éxito de parte del público a finales de los años 30, la extrema izquierda, la agencia de Moscú en Rumanía, permaneció prohibida hasta 1944. Al final de la Segunda Guerra Mundial, después de que la Unión Soviética ocupara Rumanía y llevara al PCR al poder, los pocos miembros del partido se hicieron famosos por haber pertenecido a una organización prohibida. Se les llamaba ilegalistas y eran tanto los que estaban en las cárceles como los que, escondidos, en libertad, seguían las instrucciones de Moscú.
Uno de los ilegalistas fue Ion Bică. En el archivo del Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana hay una entrevista suya de 1971 en la que contó cómo desde el campo de Târgu Jiu, donde se encontraban algunos de los militantes comunistas, escaparon en abril de 1944 con la ayuda de algunas personas de la administración.
«El partido había logrado establecer una estrecha conexión entre los militantes de fuera y los militantes de las prisiones y los campos. Se iba a enfrentar a una situación difícil. A medida que los ejércitos de Hitler recibían golpe tras golpe, la actividad del partido se intensificó en el país. La conexión entre los comunistas de adentro y de afuera se hacía a través de personas sencillas que realizaban ciertos trabajos en la administración del campo. Por ejemplo, hubo mujeres que, con la abolición del campamento, se fueron a diferentes localidades del país y a Bucarest. Había mujeres que gozaban de la confianza de los comunistas, eran las portadoras de las notas, de la correspondencia entre los comunistas de fuera y los de dentro, así como entre los de dentro y los de fuera».
Anton Moisescu también era ilegalista y en 1995 contó en qué consistía su actividad antes y durante la guerra:
«Antes seguía haciendo la actividad del partido ilegalmente, pero trabajando en la fábrica y con mi nombre real, conocido por todos, pero desconocido como militante del partido o activista de la Unión de Jóvenes Comunistas. Esta vez, sin embargo, tuve que cambiar mi nombre y no mostrar mi cara por ningún lado, para que ninguno de nuestros agentes se encontrara conmigo o me detuvieran de inmediato. Y luego, vivía en casas conspirativas, hacía la actividad de noche, salía a reuniones solo de noche. Me buscaban, pero la Seguridad del Estado no me encontraba por ningún lado».
Anton Moisescu también se refirió a los medios de subsistencia que tenía un ilegalista:
«Vivíamos de la ayuda del personal activo de la capital. La gente recogía algo de dinero para nosotros porque éramos pocos, no éramos muchos los que estábamos en esa situación. Los demás miembros del partido y simpatizantes estaban juntando dinero para los presos políticos, yo también me encargaba de eso, con el Socorro Rojo: ropa, comida, alimentos, dinero. Les dábamos lo que recogíamos a través de sus familiares, lo enviábamos a las cárceles. También recaudaban para nosotros. Teníamos una casa segura para vivir, normalmente no teníamos nada para alquilar, no teníamos ninguna casa a nuestro nombre. Era la casa de un simpatizante donde nos quedamos un tiempo. Como algo sospechoso nos parecía, nos fuimos a otra casa de otro simpatizante y así sucesivamente. Siempre estuvimos en casas conspirativas desconocidas para la Securitate, con personas que tampoco eran conocidas como activistas, sino solo como nuestros simpatizantes».
El período de ilegalidad en el que operó el PCR, entre 1924 y 1944, fue uno en el que el Estado rumano se consolidó legislativa, administrativa, política y económicamente. Y la ley Mârzescu fue el instrumento por el cual no se permitió que el extremismo, de derecha e izquierda, secuestrara el desarrollo de un Estado que había pagado con grandes sacrificios lo que había obtenido.
Versión en español: Mihaela Stoian