Corneliu Coposu y el deber de la libertad
Corneliu Coposu fue el político más emblemático de Rumanía, la persona que mantenía el contacto con la Rumanía democrática, la de la época anterior a la instauración del régimen comunista
Steliu Lambru, 30.06.2014, 13:16
Corneliu Coposu fue el político más emblemático de Rumanía, la persona que mantenía el contacto con la Rumanía democrática, la de la época anterior a la instauración del régimen comunista. Igual que el rey Miguel I, Corneliu Coposu contribuyó de manera fundamental al renacimiento del espíritu democrático en Rumanía tras 1989. La sociedad rumana le debe mucho por el modelo que representó, por su creencia en el deber de luchar por la libertad, la justicia y el honor, por la devoción y la fidelidad que manifestó al apoyar a sus compañeros de prisión en el gulag rumano. Fue apodado el Señor.
Nacido el 20 de mayo de 1914 en el distrito de Sălaj, en el noroeste de Rumanía, hijo de un sacerdote greco-católico, Corneliu Coposu cursó estudios de Derecho y obtuvo el título de doctor en Ciencias Jurídicas en la Universidad de Cluj. Fue uno de los allegados del presidente del Partido Nacional Campesino Cristiano-Demócrata (PNȚCD) Iuliu Maniu y su secretario personal. El 14 de julio de 1947, Coposu fue detenido junto al resto de los líderes del PNȚCD tras una maniobra puesta en escena por el gobierno comunista. Fue condenado a cadena perpetua y liberado en 1964, tras haber pasado 17 años en la cárcel, de los cuales 9 años recluido en régimen de aislamiento en la prisión de Râmnicu Sărat.
Corneliu Coposu sobrevivió a las torturas y a la política de exterminio que el régimen comunista aplicó a la democracia rumana tras 1945. En 1993, al preguntarle la periodista Lucia Hossu-Longin si hubiera vivido de manera diferente si pudiera regresar en el tiempo, Corneliu Coposu dijo que no:
“No. He analizado mi conciencia, he recordado todo el sufrimiento, las miserias de la cárcel, los años de detención y luego las persecuciones que he sufrido tras salir de la prisión y no creo que haya otra manera. Con los ojos cerrados elegiría el mismo destino. Creo que nuestros destinos están trazados. No soy fatalista, pero creo que si tuviera que elegir entre otras alternativas, lo que elegiría sería el mismo pasado que he vivido y lo viviría con tranquilidad.”
Encontrarte con gente como él es un privilegio. La máxima experiencia existencial ha sido la prisión y para Corneliu Coposu fue la de Râmnicu Sărat.
“La prisión de Râmnicu Sărat tenía 34 celdas, de las cuales 16 en la planta baja y en el primer piso, separado por vallas. También había dos celdas adjuntas y otras 4 celdas de castigo en el sótano. Las dimensiones de cada celda eran de 3 por 2 metros. Tenían el aspecto de una colmena, colocadas juntas. Había un ventanuco inaccesible, ubicado a 3 metros de altura, de 45 por 30 centímetros, cubierto por fuera para no dejar entrar la luz del sol. También había una bombilla de 15 vatios, que mantenían encendida y que iluminaba el interior como si fuese una tumba. No había calefacción y la prisión, que databa de comienzos de siglo, alrededor del año 1900, tenía muros muy gruesos. Estaba rodeada por dos filas de muros muy altos, de hasta 5 o 6 metros, separados por un pasillo de control. En el muro exterior estaban los soldados armados que vigilaban la prisión.”
El régimen totalitario consideraba que las personas no eran seres humanos con nombre y apellido, sino que eran unos números. Corneliu Coposu, en 1993, recordaba cómo era su vida y la vida de los demás en la cárcel.
“Cada preso recibía un número que representaba el número de la celda, nadie tenía nombre y apellido, nuestros nombres no se conocían. Nos identificaban según el número de la celda en la que estábamos. Los reclusos no podían hablar unos con otros y mantenían el contacto utilizando el código Morse, comunicándose a través de la pared, hasta que descubrieron a uno y los castigaron duramente. Posteriormente, nos comunicábamos a través de la tos en Morse, lo que nos agotaba, nos fatigaba, dado el precario estado de salud de los presos. Yo estaba en la celda número 1 y arriba, en el 32, estaba Ion Mihalache, que inicialmente se comunicaba con nosotros a través del Morse, pero tras 4 o 5 años se quedó casi sordo y ya no podía escucharnos golpear la pared.”
Corneliu Coposu fue el que afirmó tajantemente después de 1989 que Rumanía debía resucitar. Para este propósito, el país necesitaba una personalidad que le devolviera la confianza. Según Coposu, esta personalidad era el rey Miguel I.
“Mi simpatía para la monarquía se fundamenta en mi firme opinión de que en la Rumanía de hoy no hay nadie que tenga esta vocación de atraer la confianza y la simpatía de la mayoría de la población, salvo el rey Miguel. No hay nadie. Dado que en nuestro entorno político no hay ninguna persona que tenga la confianza de los ciudadanos y que garantice la estabilidad en el país y la credibilidad en el extranjero, debemos llamar al rey que en 1944 se sacrificó por la patria, tuvo una clara reacción anticomunista y que además ha mostrado su prestigio y sabiduría al desempeñar el papel de árbitro imparcial de la política rumana. La motivación de esta adhesión a favor de la monarquía es pragmática, dejando de un lado cualquier sentimentalismo y romanticismo. Si existiera una personalidad capaz de polarizar la confianza de la población y la simpatía de toda la nación rumana, tal vez la restauración no fuera necesaria. No podemos crear personalidades de primer plano como lo hace una incubadora donde nacen los pollos de gallina. Para alcanzar este objetivo, tardaríamos 30 o 40 años.”
En 2014, Europa conmemora el centenario de la Primera Guerra Mundial. Rumanía también conmemora el centenario del nacimiento de Corneliu Coposu, el hombre sin el cual le habría sido mucho más difícil reencontrarse consigo misma.