Corneliu Coposu, el señor de la nueva democracia rumana
Corneliu Coposu murió el 11 de noviembre de 1995, y casi todos los rumanos lo conideran ahora un mártir de la democracia.
România Internațional, 16.11.2015, 16:03
Dicen que una de las cosas más importantes en la vida de una persona es lo que deja atrás, es decir, su herencia. No se trata únicamente de los bienes materiales, sino especialmente de los bienes simbólicos, del comportamiento, de los impulsos a sus sucesores, de la manera de vivir. Corneliu Coposu murió el 11 de noviembre de 1995, y casi todos los rumanos lo conideran ahora un mártir de la democracia y un modelo de su renacimiento después de 1989, tras casi medio siglo de régimen comunista. Ha dejado atrás un inmenso capital simbólico de fe política y religiosa, de integridad, de austeridad, de resistencia física y psíquica en la lucha desigual contra el régimen comunista, al que numerosas personas cedieron o con el que colaboraron. “El diablo en la historia”, como llamó el filósofo polaco Leszek Kolakowski al régimen del terror rojo, no soltó a Corneliu Coposu hasta 1989, el año de su caída. Intentó atraerlo, corromper su alma y sus convicciones, y comprometerle. Según sus declaraciones confirmadas también por los documentos descubiertos en el archivo de la antigua policía política, después de haber salido de la prisión, Coposu fue detenido 27 veces por cortos períodos, registraron su casa unas decenas de veces, y confiscaron más de 3.000 documentos personales.
Junto a Corneliu Coposu, algunos rumanos, seguidos por cada vez más personas, se comprometieron en 1989 a restaurar el tejido político, social, cultural y mental rumano, gravemente afectado por las prácticas de la tiranía comunista. En los primeros meses del año 1990, Coposu parecía solo y rechazado por la mayoría. Sin embargo, en 1995, el año en el que falleció, Coposu tenía el apoyo de un importante porcentaje de ciudadanos rumanos decididos a cambiar algo. En el cambio de actitud que los rumanos tuvieron ante Coposu entre 1990 y 1995, la mayor influencia fue la inmensa cantidad de sufrimiento que esta persona aguantó. Después de 17 años y medio de régimen de prisión de exterminio, entre 1947 y 1965, el “Señor”, como fue llamado respetuosamente, confirmó un antiguo refrán que dice que la verdad siempre triunfa. Pero Corneliu Coposu nunca se consideró un ejemplo singular, sino que siempre decía que su modelo fue el de toda una generación de rumanos que no sobrevivió para contar las barbaridades que vio y aguantó.
Nacido el 20 de mayo de 1914 en el distrito de Sălaj en la familia de un sacerdote greco-católico, Corneliu Coposu hizo la carrera de abogado y obtuvo el título de doctor en ciencias jurídicas de la Universidad de Cluj. Fue el secretario personal del presidente del Partido Nacional Campesino Iuliu Maniu. El 14 de julio de 1947, Coposu fue detenido junto con toda la dirección del Partido Nacional Campesino, tras la maniobra del gobierno comunista. Fue condenado a trabajos forzados de por vida, y fue liberado en 1964. Pasó 9 años de 17 en total aislamiento y, cuando salió, casi había olvidado hablar.
Es un privilegio conocer a una persona como él, y la máxima experiencia existencial que pudo contar fue la prisión como universo cerrado, oscuro y represivo en el nivel más alto. Para Coposu, aquel universo fue la prisión de Râmnicu Sărat:
“La prisión de Râmnicu Sărat tenía 34 celdas, 16 de ellas en la planta baja y en el piso, separadas de una red de alambre. Había también otras dos celdas apartadas y otras cuatro celdas de castigo en el sótano. Cada celda tenía 3×2 metros. A una altura de 3 metros había una pequeña ventana inaccesible de 45×30 centímetros, con postigos que no dejaban entrar la luz. Había una bombilla de 15 vatios que estaba siempre encendida y que daba una luz de tumba. No había calefacción, la prisión fue construida a principios del siglo, en 1900, y tenía los muros gruesos. Tenía dos filas de muros muy altos, de 5-6 metros, con un pasillos de control entre ellas. En el segundo muro había vigías en las que había soldados armados.”
El régimen totalitario consideraba que las personas eran números, y no seres humanos, con nombres y apellidos. En 1993, Corneliu Coposu recordaba su vida en la prisión:
“Cada preso tenía un número que representaba el número de su celda. Nadie tenía nombre, nuestros nombres no se conocían. Como cada preso estaba solo, no existía ningún tipo de conversación, y nos relacionábamos a través del código Morse, dando golpes en el muro, hasta que descubrieron el sistema y lo castigaron duramente. Después, nos comunicamos a través de la “tos Morse”, que era agobiante, sobre todo porque todos estábamos muy débiles. Yo estaba en la celda número 1 y arriba, en la número 32, estaba Ion Mihalache con el que inicialmente me podía comunicar a través del código Morse hasta que, después de 4-5 años, como empezó a perder su oído, dejó de reaccionar a los golpes en el muro.”
Coposu fue preguntado muchas veces si le hubiera gustado vivir de otra forma si pudiera volver atrás en el tiempo, y siempre contestó que no. En 1993, declaró: “me hice un examen de conciencia, pensé en todos los sufrimientos, en las miserias que viví en las prisiones durante los años de detención, durante las persecuciones después de haber salido de la prisión, y no creo que hubiese más remedio. Elegiría el mismo destino con los ojos cerrados. Nuestros destinos están probablemente escritos. No soy fatalista, pero creo que, si tuviera alternativas, elegiría el mismo pasado y lo volvería a repetir con serenidad.”