Manifestación gigantesca contra el terrorismo
Millones de personas se manifestaron el pasado domingo contra el terrorismo que ensangrentó, nuevamente, la capital francesa. Los participantes en la marcha se fueron a sus casas, pero los dilemas de la civilización ante el fanatismo y la intolerancia pe
Bogdan Matei, 12.01.2015, 17:30
“!No tenemos miedo!” –éste fue el mensaje más fuerte de la gigantesca marcha en contra del terrorismo organizada el pasado domingo en París. Alrededor de dos millones de personas en la capital francesa, otras dos millones en otras ciudades del país y centeneras de miles en el resto del continente europeo, se movilizaron para volver a defender los valores fundamentales, desde el derecho a la vida al derecho, igual de importante, a la libertad de expresión. Tradicionalmente filofrancesa, miembro del movimiento francófono, unida a Francia a través de una asociación privilegiada, Rumanía fue también golpeada por la masacre de París, donde 17 personas resultaron muertas y otras 20 heridas por tres fanáticos religiosos.
Periodistas satíricos, clientes de una tienda judía, policías, las víctimas son emblemáticas para el odio de los islamistas que tratan de traer el yihadismo a Europa. Mañana, cada uno de nosotros podría transformarse en blanco de éstos, porque el terror y el odio no tienen límites. El mensaje de solidaridad de Rumanía con la Francia ensangrentada fue llevado por el propio presidente de Rumanía, Klaus Johannis, que participó en la marcha al lado de decenas de jefes de estado y gobierno del mundo entero. Klaus Johannis:
“No fue sólo una marcha de solidaridad de los franceses, sino también una marcha de solidaridad internacional, una señal de nuestra determinación de luchar contra el terrorismo y contra el extremismo de cuaqluier tipo. No participaron solamente europeos. No participaron solamente cristianos, sino también musulmanes, judíos, ateos, agnósticos. Estuvieron representados también los Estados Árabes. Acudieron altos representantes de Israel, todos preocupados por la ofensiva del terrorismo y del extremismo de cualquier tipo.”
El mundo entero civilizado se ha solidarizado, pero no existe un punto de vista unánime con respecto a los resortes de dichos ataques, ni con respecto a las decisiones a tomar para evitar nuevos actos de terrorismo en París, o en cualquier otra parte del mundo. Más allá de la compasión, profundamente humana, frente a los caricaturistas asesinados y los allegados de éstos, no todo el mundo acepta el eslógan que ha llegado a ser viral en internet, “je suis Charlie”, porque no todos comparten el humor discutible de dicha publicación, hace poco marginal, que se ha convertido en estandarte del agravio cometido contra cualquier sensibilidad religiosa. Además, aunque célebre por la profesionalidad de sus policías, Francia parece haber sido tomada por sorpresa, horas enteras, incapaz de actuar delante de tres malvados en contra de los cuales se vio obligada a movilizar a casi 80.000 personas armadas.
Finalmente, queda en pie el dilema fundamental de la falla que separa a Occidente de una parte de sus propios habitantes, cuya integración ha fracasado dramáticamente. En París no sembró la muerte algún comando yihadista de los desiertos de Africa, o del Medio Oriente. Dos de los tres criminales eran hermanos, nacidos, criados y por más inverosímil que parezca, educados en medio de una sociedad occidental.