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Los dilemas identitarios y la confusión geopolítica siguen imperando en Chisináu, aunque hayan pasado tres décadas desde que la República de Moldavia proclamara su independencia.
Bogdan Matei, 27.08.2021, 18:54
Los dilemas identitarios y la confusión geopolítica siguen imperando en Chisináu, aunque hayan pasado tres décadas desde que la República de Moldavia proclamara su independencia.
El 27 de agosto de 1991, tras el fracaso del golpe neobolchevique de Moscú, el Parlamento de Chisináu, ante las protestas de cientos de miles de manifestantes, votó a favor de la declaración de independencia de la agonizante Unión Soviética para constituir una república formada por los territorios rumanos anexados por Stalin en 1940. El mismo día, Rumanía fue el primer país del mundo en reconocer la condición de Estado de su nuevo vecino. Desde entonces entonces, Rumanía se convertiría en el defensor más firme y consecuente de la soberanía, la integridad territorial y la integración europea de la República de Moldova. Tras la formalización en 2014 de los acuerdos de asociación y de libre comercio entre Chisináu y Bruselas, los ciudadanos moldavos pueden circular sin visado por la Unión Europea y sus empresas pueden exportar al mercado de la UE en condiciones muy ventajosas. Con una inclinación marcadamente procidental, la presidenta Maia Sandu y el Gobierno recién constituido, encabezado por Natalia Gavriliță y formado por el partido de la presidenta, Acción y Solidaridad, claro ganador de las elecciones parlamentarias de principios del mes pasado, son promotores firmes de la integración europea. No obstante, la oposición prorrusa, encabezada por los ex jefes de Estado, el socialista Ígor Dodón y el comunista Vladímir Voronin, profundamente rumanófobos y antioccidentales, pretende que la república vuelva a la órbita de Moscú. Cada una de las partes, respaldadas por sectores importantes del electorado, con Sandu y Gavriliță, por un lado, y Voronin y Dodón, por otro, son representantes de la ruptura política, geopolítica y de los valores de la sociedad. Los motivos de la misma son dolorosas y profundas. En el momento de la anexión estalinista, cientos de miles de rumanos étnicos se refugiaron en una Rumanía reducida, decenas de miles fueron deportados a Siberia o Kazajstán y, en su lugar, los ocupantes trajeron a la República de Moldavia a colonos reclutados de todos los rincones del imperio. En este sentido, el que fuera embajador de la República de Moldavia en Rumanía, Mihai Gribincea, advertía que la república actual, mucho más dividida desde el punto de vista político, administrativo, étnico, lingüístico y religioso, ya no es la provincia rumana del período de entreguerras. La peor consecuencia que ha conllevado medio siglo de ocupación es que, aunque la República de Moldavia saliera de la Unión Soviética, si analizamos las mentalidades, la Unión Soviética no se ha ido de la República de Moldavia, tal y como concluía el embajador. El otoño pasado, tras su elección, Maia Sandu no solo se convertía en la primera mujer presidenta de la República de Moldavia, sino también en la jefa del Estado más pobre de Europa, como demuestran todas las clasificaciones especializadas. Ella y su Gobierno se han puesto al frente de una Administración devastada por la corrupción y repleta de la clientela política del expresidente Dodón. Los aliados más relevantes de la nueva presidenta son los ciudadanos de la propia república, la Unión Europea y, como siempre, Rumanía.
Versión en español: Víctor Peña Irles